viernes, 28 de octubre de 2016

7º Aniversario: La Música.

A punto de cerrar el Séptimo Año de cabezadeavestruz y de entrar en el Octavo, en el año 56 D.D. (después de Diego), esta es la lista Spotify con la música que ha pasado por aquí en este año.


https://open.spotify.com/user/cabezadeavestruz2/playlist/4U0mv6DjhKurNNsbk3eU5F


Besitos para ellos y abrazos para ellas.


 

lunes, 24 de octubre de 2016

Se fue, se fue (reinterpretación libérrima de la conocida canción de Laura Pausini sin que tenga nada que ver y ni tan siquiera tener relación ni de lejos)


Se fue.


Por un momento sentí que estaba hablando pero ella deseaba que me callara y la besara de una vez. Estaba claro, teníamos que besarnos con locura y continuar haciendo el amor como si no hubiera un mañana. 
Porque no había un mañana, nunca lo hay, ni habíamos hecho el amor nunca. Terminaríamos exhaustos pero con ansias y ganas de más. 
Seguí hablando sin saber bien qué le estaba contando porque ya no me podía quitar de la cabeza su imagen pidiéndome que me calle y la bese y le haga el amor como si lleváramos toda la vida esperando. 
Hablando sin parar. Esperando que me pidiera que me callara y la besara. 




Pero no lo hizo. 
Ni siquiera terminamos la conversación, creo. No recuerdo de qué estábamos hablando, pero no tenía el menor interés. 
Seguro. 
Me voy, nos vemos otro día, me dijo. No lo dudes, le dije yo para terminar la conversación y despedirnos con dos castos besos de amigos.


Se fue.


B.S.O.: "Frente a frente" (El Hombre Burbuja, o por Jeanette, pero cantada a gritos)



miércoles, 19 de octubre de 2016

Si corro mirando hacia atrás me puedo tropezar





Me has echado de tu vida.

Salgo huyendo de todo.

No quiero mirar atrás.

Ni tampoco puedo disparar por si estás tú.

He visto un colchón encima del contenedor de escombros que hay en la calle, bajo nuestra ventana. Por un momento he pensado que estaba ahí porque te ibas a tirar. Luego he descubierto que me ha provocado un súbito deseo de tirarme yo. He subido a casa corriendo y no estabas. Me he asomado al balcón y no he visto el colchón encima del contenedor de escombros. He decidido no tirarme, seguramente me haría mucho daño. Sospecho que el colchón te lo has llevado tú mientras yo iba escaleras arriba. Sospecho que muchas cosas de las que me pasan a cada instante son responsabilidad tuya, pero no puedo asegurarlo. No tengo pruebas. No está el colchón. Tú tampoco.

No quiero disparar a nada delante mía.

No quiero mirar atrás.

Salgo huyendo de todo.

Me he ido de tu vida.




viernes, 14 de octubre de 2016

Ninguna historia sexy empezó jamás con "fui al banco esta mañana..."


Quizás la diferencia pueda estar en el "esta" y en el "esa". Parece algo con poca importancia. Una "t" más o menos". Pero la "t" puede ser muy sexy. Con banco o no de por medio. Las tes por la mañana mejoran los tes por la tarde. Aunque poca gente sepa a qué me refiero. Sólo a quién he parecido lo suficientemente sexy como para despertar conmigo sabe que las tes pueden ser sexis. Incluso al despertar. Hay pocas cosas sexis al despertar porque el mero hecho de despertar dificulta todo lo demás. Nada se ve bien al despertar. Ni siquiera tú. Pero te prometo, con te, que despertar(te) conmigo puede ser sexy. Aunque tengamos que ir al banco esa mañana. Quizás, como decía la canción dormimos tan juntos que despertamos siameses. Y cuando te despiertas así, da igual al banco que haya que ir.

¡Bah! Todo eso son tonterías, me dije mientras vertía un poco de café en la encimera porque después de tantos años viviendo conmigo misma no he aprendido que tengo que lavarme la cara antes de prepararlo.

¡Tengo que ir al banco, joder! Me encantaría que hoy fuese un día genial, pero ninguna historia sexy empezó jamás con "fui al banco esa mañana". Algún día debo ponerme seria y dejar de estar siempre en las nubes contándome la vida como una puta película.

Algún día porque ese día tenía prisa. Tenía que ir al banco. Ineludiblemente. La palabra ineludible es más bonita que su significado. No digamos ya su forma adverbial ineludiblemente. Hay muchas más pero se me empieza a hacer tarde y si hay algo peor que tener que ir al banco una mañana sólo es llegar tarde y tener que esperar porque hay miles de viejas y viejos haciendo cola en la ventanilla para que le actualicen la libreta de ahorros. Yo también debería actualizar mi libreta. Aquella en la que ahorro historias sexis. Donde seguramente hoy no pueda apuntar nada porque ninguna historia sexy empezó jamás con "fui al banco esa mañana". Además, no tengo libreta de ahorros. Supongo que es una cuestión generacional. Están esperando que mueran todos los viejecitos que tienen una para darla por oficialmente extinguida y eliminar de una vez uno de los mayores problemas de la banca española al nivel de su deuda, los fondos buitres, el comercio de armas y la financiación ilegal a partidos políticos: Las colas de gente para que se las actualicen porque no saben hacerlo en el cajero automático y no entienden que no hay que hacerlo a diario por mucho que no tengan nada más en qué emplear su tiempo.
Me dejé llevar por todos estos pensamientos de mala pécora y con mi vestido de Cruela de Vil salí al mundo a desplegar todo mi escepticismo al banco porque era consciente de que ninguna historia sexy empezó jamás con "fui al banco esa mañana".

Quizás la diferencia pueda estar en tener que ir al banco o en ir al banco. Parece algo con poca importancia. Un "tener" más o menos". Pero "tener" puede ser muy sexy. Con banco o no de por medio. Tener(te) por la mañana mejora el tener(te) por la tarde. Aunque poca gente sepa a qué me refiero. Sólo a quién he parecido lo suficientemente sexy como para despertar conmigo sabe que tener(te) puede ser sexy. Incluso al despertar. Hay pocas cosas sexis al despertar porque el mero hecho de despertar dificulta todo lo demás. Nada se ve bien al despertar. Ni siquiera tú. Pero te prometo, con te, que tener(te) y despertar(te) conmigo puede ser sexy. Aunque tengamos que ir al banco esa mañana. Quizás, como decía la canción, dormimos tan juntos que despertamos siameses. Y cuando te despiertas así, da igual al banco que haya que ir.

Todas las grandes historias del mundo, TODAS, surgen de un orgasmo. Ninguna historia existe si no es así. Pero si hay algún lugar alejado de un orgasmo es, sin duda, un banco por la mañana. Tener que ir al banco por la mañana no augura nada sexy, porque algo sexy debería terminar, o que en el ambiente flotara la sensación de que terminará, en orgasmo. Ni recordaba el último orgasmo compartido cuando pasé por tercera vez el arco de seguridad de la entrada del banco. Resulta que el llavero de madera que me regalaste ni es de madera ni soporta el control de acceso al banco. La cola, como era de esperar, era más grande que la que le supuse a aquel chico con el que fantaseaba en sueños horas antes. Aquel chico que había vuelto a desaparecer de mi vida sin siquiera llegar a entrar. Pero yo había entrado en el banco y nada sexy podía pasar allí. Más aún cuando en la fila de la ventanilla no estaba él, ni nadie que se le pareciera por mucho que bajara el listón de mis expectativas hasta niveles inferiores al récord del mundo de salto de altura para bebés paralímpicos. Pese a todo, entre WhatsApps releídos y miradas recurrentes al Facebook de mi ex y de sus amigos para ver con qué novedades puedo hacer aquella mañana un poco más desagradable y dolorosa, llegué a la ventanilla.

- Señorita, su turno.
-Gracias. Quería...

Aquí el el secreto bancario y un rasgo estúpido de mi personalidad (incoherente si lo ponemos en frente de la exposición de mi vida en las redes sociales) me impide dar más información de la gestión que iba a hacer y que trae a colación eso de que ninguna historia sexy empezó jamás con "fui al banco esta mañana...". El caso es que, esa gestión requería mi firma para completarla.

- Firme aquí, señorita.

Y dale con lo de "señorita". Busqué en el bolso un bolígrafo. Metí la mano y entre todas las cosas que no tenían en aquel momento ninguna utilidad (a no ser que quisiera sonarme los mocos, tuviera que apuntar algo, sintiera la boca seca, quisiera proteger mi cuello del fresco, sintiera que mi entrepierna me indicaba sin venir a cuento que estaba en uno de esos días del mes, sintiera la necesidad de dar brillo a mis labios o color a mis mejillas, o varias actividades más o menos importantes que no merece la pena relatar aquí porque si ir al banco esa mañana ya es poco sexy, menos lo será si sigo por aquí) no aparecía el bolígrafo. Ninguno de ellos. Pues nada, tendría que usar uno de los suyos. Un bolígrafo del banco. Eso que es un símbolo de una sociedad enferma: Un ente al que le dejamos que juegue con nuestro dinero y todas nuestras posesiones nos permite que, para interactuar con él, cojamos un bolígrafo que está atado a su estructura por una cadenita, que bien podría ser la del WC, para que no nos lo llevemos. Agarré el bolígrafo con rabia, firmé y para sentirme mejor conmigo misma, disimuladamente, pegué un tirón de la cadenita a ver si conseguía romperla o algo. Pero ese algo se convirtió en un roce desagradable y un daño no previsto en la palma de la mano. Frustrada, con escozor en la mano y cierta vergüenza poco sexy, me retiré a seguir malviviendo el día con la historia que jamás podría sexy tras ir al banco por la mañana

Quizás la diferencia pueda estar en hacerse daño en el banco o en hacerse daño por ir al banco. Parece algo con poca importancia. Una razón más o menos entorno a un banco. Pero el dolor puede ser muy sexy. Con banco o no de por medio. Hacerme daño contigo mejora el hacerme daño sin ti. Aunque poca gente sepa a qué me refiero. Sólo a quién he parecido lo suficientemente sexy como para hacerme el daño que necesito sabe que el dolor puede llegar a ser sexy.

Al darme la vuelta, con mi indignación bancaria y dolor en la mano, me topé con él pero no le di importancia. Aunque olía bien. Muy bien. Sin estridencias. A limpio. A nuevo. A rayo de esperanza en forma de sensualidad de una mañana en el banco que no puede acabar en nada sexy. Pero seguí hacia afuera. Hasta que, medio paso después, me agarró del brazo demandando atención. Su mano era bonita.

Le doy mucha importancia a las manos. Algún día debería mirar por qué para poder explicarlo cuando me preguntan qué es lo primero en que te fijas de alguien. Creo que podría enamorarme de unas manos aunque ahora mismo no pueda encontrar la razón.

-Perdona, te dejas esto.

El resguardo de mi operación bancaria, encima de un flyer de algún sitio que no recuerdo y el llavero de Palestina con la usb donde llevo media vida. Azorada le di las gracias y lo cogí todo con vergüenza y rapidez.

- Y esto -insistió.

Me sonrió disimuladamente y me dio por lo bajo la cadena del banco con el bolígrafo que acababa de usar para firmar la sentencia de lo que no puede inaugurar nunca una historia sexy. Descolocada reí. De esa manera que ríes cuando quieres que alguien vea cómo lo haces pero que el resto del mundo no se entere. Esa extraña forma de reír que, si la detectas desde fuera y no eres protagonista en ello, da un poco de asquete por lo ridículo de la situación. Pero ciertos actos ridículos, cuando te encuentras dentro de ellos, son mágicos. Incluso sexis. Aunque ninguna historia sexy empezó jamás con "fui al banco esta mañana".

De repente mi mente, valga la extraña rima, quizás contaminada por alguna historia que me acababan de contar, voló a unas cañas con aquel tipo, pasar al café, pedir esos licores como punto de inflexión cuando dudas si terminar una cita o no, y despertar en una cama extraña, feliz pero algo confundida. Esas cosas que les pasan a otra gente. No a mí, aunque con la boca pequeña me diga que me gustaría que me pasara muy a menudo. Esa boca pequeña que se hace grande cuando ríe y besa. La misma que toma forma de "A" sorda porque vi en la cadena un rastro de sangre. Asustada salí del banco no sin antes hacer el esfuerzo por dejar una sonrisa flotando en el ambiente para que él la cogiera.

Nunca he sabido lanzar nada. Pero resultaba cómico imaginar en mi mente cómo tiraba la cadena lejos en un acto de rabia enfadada con mi falta de habilidad social con aquel simpático chaval y se me enganchaba en una pulsera y me hacía más daño en la mano. Pero claro, no era más que una de las tonterías que pulularon por mi cabeza cuando caminaba fuera del banco esa mañana que estaba dando la razón aquello de que ninguna historia sexy empezó jamás con "fui al banco esta mañana...". Por mucho que ahora pensara que lo que más me apetecía era que ese chico me dijera algo, nos tomáramos unas cañas, las cañas dieran paso al café, para que llegaran los licores, luego las copas, y acabar despertando juntos en mi cama o en la suya.

- ¿Te duele la mano?
- No, me escuece un poco, pero está bien, gracias.
- Déjame ver.

E hizo el ademán de acercarse a mí y agarrar mi mano pero yo me retiré por un extraño instinto que no llegué a comprender. Rápidamente intenté solucionarlo dejando otra sonrisa en el ambiente para que él la cogiera y le acerqué la mano.

Hacer ademán de algo es una expresión que deberíamos usar mucho más. Aunque sólo fuera por lo bonita que es. Y dejarse coger la mano por las suyas, también. Eran preciosas. Sus manos, no las mías que las tengo muy vistas. Le doy mucha importancia a las manos. Algún día debería mirar por qué para poder explicarlo cuando me preguntan qué es lo primero en que te fijas de alguien. Creo que podría enamorarme de unas manos aunque ahora mismo no pueda encontrar la razón. No tengo que enamorarme de esas manos, me digo una y otra vez. Son unas manos que acaban de estar detrás de ti en el banco y todos sabemos que ninguna historia sexy empezó con "fui al banco esta mañana...". Pase lo que pase, no inicies nada. Nada sexy puede salir de esta historia.

- Tienes unas manos muy bonitas.
- Gracias, la tuya también.
- ¿Lo he dicho en voz alta?, dije haciéndome la tonta y haciendo el ademán de ruborizarme.
- Pues no estoy seguro, pero yo lo he oído.
- Nada, me escuece un poco, pero es que soy muy bruta.
- No lo pareces. Y decir las cosas en alto tampoco es de ser bruta si de verdad se piensa algo. Te lo agradezco.
- Me refería a la mano.
- Lo sé, pero con la herida de la mano no sabría seguir la conversación.
- ¿Y cómo la sabes seguir?
- Pues más o menos así.

¡Proponme tomar una caña! No te lo pienses más. Es fácil. Seguro que no tienes nada que hacer. Tú lánzate a proponerme una caña que yo te ayudaré a ponerlas en plural, a darles café, unos licores y unas copas... ¡Dios! Estoy enferma o muy necesitada. A lo mejor es lo mismo, claro. Por lo menos no me está escuchando ahora, eso seguro. Aunque mi mano se siente cada vez más cómoda entre las suyas. No llevo bien el contacto físico cuando no es lo esperado y aquello no era normal. Y menos al salir del banco porque ninguna historia sexy empieza nunca con "fui al banco esta mañana..."

- ¿Tienes prisa?
- No mucha, ¿por?
- Te invito a una caña y me cuentas.
- Poco te puedo contar. Ya has visto lo rápido que ha sido todo en el banco.
- Puedes contarme otras historias más interesantes. Tampoco hace falta que la empieces con "fui al banco esta mañana..."
- Te acepto la caña pero me dejas empezar la historia precisamente con eso. Creo que de ahí pueden salir muchas cosas.
- Acepto.
- ¿Me devuelves la mano?
- Sí, perdona. Pero luego me la dejas ver otra vez.
- Claro. Y que la cuides tan bien como ahora. Tienes unas manos muy bonitas.
- Ahora estoy seguro de que lo has dicho en alto.
- Lo sé.

Quiero decir muchas cosas en alto. Quiero gritar, pero eso no se lo voy a decir. Lo tiene que descubrir él. Y si no lo descubre será porque ninguna historia sexy empieza nunca con "fui al banco esta mañana..."



- Me he puesto tu camiseta, no te importa, ¿verdad?
- ¿Por qué? ¿No es raro que después de toda una noche viéndonos dormidos nos tengamos que tapar con algo?
- Raro no, es más bien un cliché de película americana. Y tu camiseta es muy fea, perdona que te diga.
- Pues bien que te la quieres poner.
- Tiene un barco.
- ¿Un banco?
- No, un barco.
- ¿Y qué?

Mira chico, no te pienso contar ahora lo que significan los barcos para mí. Aunque resulta curioso que hayas entendido banco en lugar de barco. Se me ocurren muchas historias sexis con "fui al barco esta mañana".

- Un día me levanté por la mañana y no me gustó el barco en el que iba. Nunca he entendido de barcos.
- Yo tampoco, realmente la camiseta tiene un barco pero si te fijas bien es de publicidad de un banco.
- ¡No me digas! Yo estaba mirando que no sé qué barco es.
- Ni idea. Entiendo tan poco de barcos como de bancos.
- Yo no sé diferenciar entre una canoa o un kayac, o entre un velero y un catamarán. Sé muchos nombres de barco pero no por ello entiendo. Parecería lo contrario si nombro una carabela o un transatlántico aunque no es así.
- Ya sabes más que yo de cuentas corrientes, de hipotecas, fondos de pensiones o ayudas al pequeño negocio.
- Pero sabes robar al banco.
- ¿Cómo?
- La cadena.
- ¡Ah! Eso... ¿Cómo tienes la mano?
- Bien, gracias, me la has cuidado muy bien.
- Un placer.
- El caso es que conozco más nombres de barcos que tipos: El Mayflower, la Pinta, la Niña y la Santa María, el Titanic, la Dorada, el Maine, el Nautilus... Este último es un submarino de ficción, sí, pero seguro que se puede utilizar como barco.
- Tú tienes un problema con los barcos. Y con los bancos, sospecho.

El caso es que aquella mañana me desperté y no me gustó el barco en el que iba. Pero lo que realmente no me gustó fue despertarme sola, rodeada de agua por todos lados y a punto de ahogarme. Sé que dicen que ninguna historia sexy empezó jamás con "fui al banco esta mañana" pero también sospecho que me da un poco igual.

- Tengo que ir al banco esta mañana.
- ¿Otra vez? ¿No será una excusa para librarte de mí?
- Tengo que ir al banco esta mañana...




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