martes, 7 de enero de 2014

Año nuevo zapatista: 20 años de dignidad y rebeldía.



Un 1 de Enero de 1994, sin que el mundo estuviera preparado para ello, como le suele pasar con todas las cosas importantes, bajaron de las montañas denunciando las condiciones de injusticia, miseria y falta de democracia en la que estaba inmerso el país.

Un 1 de Enero de 2014 he tenido la suerte, como tantas otras personas que no fueran periodistas (única restricción de entrada puesta por el EZLN en su invitación a la celebración) de compartir el vigésimo aniversario y la celebración del año nuevo.




Se celebraron los festejos por el 20º aniversario del levantamiento. Los, en algunos casos, herméticos zapatistas nos abrieron a turistas extranjeros y nacionales las puertas a sus caracoles (las comunidades que gestionan mediante las denominadas Juntas de Buen Gobierno). El mensaje que querían dar era claro: el movimiento sigue vivo. La fiesta fue un espacio de permisividad donde se tomaron fotografías y se realizaron bailes con grupos zapatistas que tocaban música norteña. Oventic fue el más multitudinario y del que puedo dar constancia. Constancia del Zapatismo como esperanza.

Este año no ha sido un año normal. Estas fiestas no pasaran a mi historia personal como unas fiestas más. La circunstancias (benditas circunstancias) me han posibilitado vivir en primera persona algo que si me lo cuentan hace unos meses, tan sólo unos meses, hubiera pensado que era imposible. Algo me trajo a México. Eso mismo me indicó que pasaría las fechas señaladas lejos de mi familia y los míos. Pero me ha abierto otras puertas. Puertas que no sabía que podían abrirse para mí. A experiencias que marcarán un antes y un después en cualquier balance que haga de mí mismo y de mi circunstancias. Hace trece años que un hermano vivió el zapatismo de manera intensa. Eran otros tiempos. Ahora tengo la suerte de que me han rodeado personas que me han enseñado mucho y que me han acogido y empujado a cosas tan mágicas como es ver a un grupo de niños sonreír y bailar como locos al ritmo de una banda que toca corridos y bachatas con las caras tapadas por pasamontañas.




Me han enseñado y acompañado a ver y honrar a Samuel Ruiz, Tatic, el emblemático obispo de San Cristóbal de las Casas que ejerció de mediador entre el movimiento indígena y el Gobierno Mexicano, en su lugar de reposo preferencial tras el altar de la catedral sancristobalina. He visto con mis ojos como la aparente salida de la primera plana mediática a nivel internacional del mítico Subcomandante Marcos Marcos ha puesto en relieve los liderazgos de comandantes de origen tzotzil como David y Hortensia.

La emoción se siente en detalles que pueden parecer insignificantes descritos aquí pero que te marcan y te recuerdan dónde estás: El llegar y tras un registro de nombre, organización, propósitos y demás para acceder al recinto, pasear entre la bruma de la fría y lluviosa última noche del año por un camino que baja al centro del caracol rodeado de gente de todas las nacionalidades, perroflautas por doquier, de buena gente con gran fondo, de personas que no hablan tu idioma, de humildes campesinos que te sirven un arroz con leche y algún plato típico con una sonrisa por unos pocos pesos con una sensación de acogimiento que te lleva a casa aunque estés perdido en la selva de Chiapas calado hasta los huesos y, por primera vez en muchos años, celebrando la salida y entrada de un año sin alcohol ni ningún tipo drogas en tu organismo (Bueeeno, aceptamos tabaco como droga...).



Hace años comentaba que Marcos corría el peligro de acabar como el Che, no muerto en Bolivia, sino en camisetas de las estanterías de El Corte Inglés. Probablemente soy el primer culpable de ello porque me compro esas cosas con profusión y delirio. Pero quiero pensar que el mundo puede aún confiar en ese personaje que se tapó el rostro para enseñarse al mundo, que se levantó en armas para conseguir la paz, que luchó para recobrar la dignidad.

El tiempo ha pasado y el mundo está cada vez más necesitado de mitos y líderes. Pero, sobre todo, está necesitado de realidades y cambios. El zapatismo es real. Las personas con quienes he convivido estos días no se dedican a nada más ni nada menos que intentar cambiar el mundo. Cuando era pequeño me enseñaron que debía dejar el mundo en mejores condiciones de las que lo había encontrado. De mayor me llena de orgullo y satisfacción conocer cada vez a más gente que no sólo ha aprendido eso, sino que lo lleva a la práctica en cada instante de su vida.




Debería hacer una crónica de los festejos, un análisis del movimiento, un relato de los hechos. Pero no soy quién. No es este el espacio. Sobre todo tendría que nombrar y agradecer a personas que me cambian la vida con su sonrisa y con su compañía, pero no creo que les gustara. Hay tantas cosas que aquí no caben que no puedo más que sonreír pensando que a pesar de ello, hay muchos mundos, pero todos caben en este...


Para todos, TODO. Otro mundo es posible.

¡Zapata vive, la lucha sigue!

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