miércoles, 20 de marzo de 2013

Tirando de archivo: "De vez en cuando la vida nos besa en la boca"



La siguiente historia fue colgada en cabezadeavestruz el ya lejano 14 de febrero de 2011. Aprovechando la llegada de la primavera y con el afán didáctico que nos caracteriza, queremos rememorar los fríos que aún no nos han abandonado del todo, ahora que el cambio de estación aparece como la oportunidad ideal para creer que nuestra vida va a cambiar, va a ir a mejor, simplemente por el hecho de que la temperatura nos gusta más... 





I: Ella
Se apoyó en el quicio de la puerta como cualquier otro día. Esperaba clientes. No tenía cuerpo para nada, aunque lo necesitaba más que nunca. Hacía días que el frío había llegado Madrid sin avisar, y a ella se le olvidó disminuir su escote.
Ya no tenía solución: La nariz le estaría moqueando hasta bien entrada la primavera. “Mala época” pensó para sus adentros, mientras recordaba que ayer tampoco había cenado. Tal vez hoy pueda ser un buen día…
Pero no lo fue.
Al día siguiente volvió a apoyarse en el quicio de la misma puerta. Esperaba clientes. Seguía sin tener cuerpo para nada, pero su escote era la imagen más hermosa que se podía ver en varias manzanas a la redonda.
En esas mismas manzanas a la redonda, hacía un tiempo que se venía escuchando los acordes de un trovador que le alegraba un poco las largas esperas. Como decía aquella vieja canción, a ella le encantaba que él cantara porque le hacía sentir bien. Al menos, le hacía sentir mejor.

II: Él

Se colocó con su guitarra en la boca de metro de costumbre, como casi todos los días. Esperaba que la gente al pasar fuera más generosa hoy. No tenía ánimo para nada, pero cuando enlazaba tres o cuatro acordes olvidaba porqué estaba allí y que poca gente se paraba a escucharlo. Y tras tres o cuatro canciones, estaba cerca de no darse cuenta de que no le habían dado ni para un mísero café con el que calentar el cuerpo. El frío de Madrid ya no lo contrarrestaba casi ninguna canción. Cada día le costaba más mover sus dedos por los trastes del mástil ajado de su vieja guitarra. “En primavera suenan casi todas las canciones mejor”, pensó para sus adentros, mientras recordó que ayer tampoco había cenado. Tal vez hoy pueda ser un buen día.
Pero no lo fue.
Al día siguiente volvió a colocarse en el mismo sitio. Esperaba generosidad. Seguía sin tener ánimo para nada, pero sus canciones eran los sonidos más hermosos que se podía oír en varias manzanas a la redonda.
Por aquellas mismas manzanas, hacía un tiempo que tenía localizado un escote que le alegraba un poco las largas esperas. Como decía aquella vieja canción, a él le encantaba aquel escote porque sólo con verlo se inundaba todo su ser de alegría. Al menos, le hacía sonreír.

III: Ella y Él
Andrea salió de su pueblo hace muchos años con intención de ser actriz. Un montón de tiempo después, alejada ya de aquellos sueños de adolescencia, se dedicaba a actuar en privado para todo aquel que le diera unos euros con los que ir tirando.
Julián salió de su pueblo hace muchos años con intención de ser cantante. Un montón de tiempo después, alejado ya de aquellos sueños de triunfo masivo, es feliz cuando alguien le sonríe al escuchar sus canciones, aunque haya días que no saque para cenar. En privado se reconoce cantante, aunque no sea suficiente para ir tirando.
Andrea tiene días mejores y peores. Los mejores siempre tienen banda sonora. Julián le quita muchas penas con sus acordes, aunque él no lo sepa.
Julián hace tiempo que varía su ruta para llegar a su escenario sólo por cruzarse con su escote. A veces se siente mal porque sabe que reconocería ese escote entre un millón, pero casi ni conoce la cara a la que pertenece. Piensa que un romántico como él no puede permitirse esas veleidades tan carnales.

IV: Ella, él, el pasado y el futuro.
Julián lleva tiempo con ganas de presentarse a ese escote. Lleva tiempo obsesionado con conocer mejor la cara a la que pertenece ese escote. Tiene ganas de saber a qué suena su voz. Pero tiene mucho miedo de que no le guste, y deja pasar los días excusándose en que hay cosas que es mejor dejarlas que estén como están.
Andrea lleva un tiempo en el que no se quita de la cabeza una linda melodía. Sabe que se la escucha de vez en cuando a Julián y fantasea con la idea de pedirle que la cante sólo para ella. Hace mucho que no se acerca a alguien sin sentir turbada a esa persona con su presencia, y eso la frena de arrimarse.
Julián recuerda que siendo niño tenía sueños. Madrid se los comió. El frío amenaza con comérselo a él también. Un invierno pasado es un invierno ganado, pero no sabe si merece la pena seguir luchando. La mayoría de los días fríos, sus dedos necesitan cualquier cosa menos deslizarse por el mástil de su vieja guitarra.
Andrea sabe que ya es demasiado tarde, aunque sueña con que pase algo que le dé un giro completo a su vida. Maldice haber visto Pretty Woman cuando era cría, porque ahora siempre quiere pensar que hay esperanza hasta para ella. El frío de Madrid no ayuda a nada. “Un invierno más y se acabó”, se dice. Pero en el fondo sabe que no es más que otra mentira. Como todas las películas que vio e hicieron que deseara ser actriz desde pequeñita. El invierno de Madrid no es ninguna película y ahora ya lo sabe.

("El Beso" de Robert Doisneau)

Anexo irresponsablemente edulcorado:
Un guionista del mismo pueblo que Andrea y Julián (Que sí había cumplido sus sueños al irse a Madrid) fantasea irresponsablemente con un encuentro fortuito entre ambos:

-    Perdona, pero me gusta mucho esa canción… ¿Qué es?
-    “De vez en cuando la vida”, de Serrat
-    Es preciosa, te la escucho cantar muchos días, desde allí…
-    Yo también te veo muchas veces
-    Me alegro. Si me ves es porque hago bien mi trabajo-dijo ella entre risas
Ahí es donde él se dio cuenta de todo. No lo podía creer, pero esa risa era inconfundible. Hay detalles que se graban a fuego en la memoria de uno, que ya puede pasar toda la vida que no desaparecen nunca.
-    Yo te conozco –dijo quitándose el gorro de lana y echándose el pelo para atrás.
Ahí es donde ella se dio cuenta de todo.
-    Y… Yo…
-    ¿Andrea?
-    ¿Julián?
-    ¿Cuánto ha pasado? ¿20 años? ¿Más?
-    Algo así ¿Qué haces por aquí? ¿Cómo te va todo?...
Se sintió avergonzada de la pregunta justo en el momento de terminar de hacerla. Se puso colorada y él lo notó.
-    Ya ves. Creo que a ninguno nos va demasiado bien, ¿No? Con lo felices que éramos cuando paseábamos de la mano escondiéndonos de todos entre los girasoles.
-    Nos creíamos novios, aunque no sabíamos ni lo que era eso… Y ahora, ya ves, no paro de tener novios… Uno a cada rato, por la cuenta que me trae.
-    ¿Quién nos lo iba a decir? Me acuerdo mucho de aquellos años… Ya no queda nada de aquel Julián, aunque me gustaría engañarte y decir que sigue dentro de mí… Ni siquiera te he reconocido hasta que te has reído. Sólo me fijaba en tu escote.
-    Por aquel tiempo no tenía escote, es normal que ahora te sorprenda… Tus ojos siguen siendo iguales, aunque hasta hace un rato ni me había fijado… ¿Te puedo dar un abrazo o te quitaría fans?
-    El problema es que si te doy un abrazo, igual soy yo el que te quita clientela… Y no tengo suficiente dinero para ser tu cliente ahora mismo.
-    Abrázame. Yo nunca te haría pagar por algo así.
-    Yo tampoco lo haría, creo…
-    ¿Me cantas la canción? ¿Sólo a mí? Prometo dejarte una buena propina.
-    Te la canto si me prometes no darme propina…
-    No tengo otra cosa que darte.
-    No necesito nada, aunque no tengo nada más que ofrecerte que esto:
Se separó del fuerte abrazo que se estaban dando, cogió la guitarra y empezó a cantar “De vez en cuando la vida, nos besa en la boca”…
Al terminar la canción, ella se acercó y le besó en la boca.
-    Esto no lo vendo nunca. Nunca beso a nadie en la boca. ¿Te parece una buena propina?
Él contestó con otro beso en la boca. La besó como si le fuera la vida en ello. Los dos sintieron en ese instante que de vez en cuando la vida nos besa en la boca…

Comienza a nevar en Madrid y se aleja la cámara. 
En medio de la calle se distingue a dos personas abrazadas besándose a las que se les va viendo cada vez más lejos hasta no diferenciarlas entre la multitud.
Fundido a negro y títulos de crédito.




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