jueves, 31 de enero de 2013

Método para dejar de fumar al estilo de Jeremy Irons.







Franky siempre había sido una persona muy peculiar. Peculiar es una palabra sencilla y no puede abarcar todo lo que podríamos decir de Franky como persona, pero las palabras, como para tantas otras cosas, se quedan cortas para expresar certeramente lo que siempre había sido Franky.

Peculiar y pintoresco. Dogmático y creativo. Raro. Pero con mucha personalidad. Tanta como para pasarse media vida estableciendo teorías que a todos nos parecen más o menos descabelladas, cuando no absurdas, y hacerlas ley de vida. O para crear comportamientos y rutinas en base a su peculiar (¿Otra vez peculiar? ¿No hay otra palabra?) manera de enfrentarse al mundo.

Recuerdo bien cuando le dio por dejar de fumar. Sin decírselo a nadie, a su bola, sin que se notara demasiado. Sin que se notara más que por una cosa: Se iba mimetizando progresivamente con el Jeremy Irons atormentado y enfermizo de sus mejores películas.

Recuerdo que mi padre, analfabeto funcional para el cine, siempre reconocía a Jeremy Irons en cuanto salía en la pantalla de la televisión y decía aquello de “Este hombre ya va a empezar a pasarlo mal” refiriéndose al que él llamaba “El que hizo Kafka, y estaba fabuloso el tío”.

Mi padre era así, en muchos aspectos como Franky ¿Peculiar? Algún día tendré que mirar seriamente lo de apuntarme a un cursillo de incremento vocabulario o meterme de lleno en el acopio y estudio de palabras polisémicas que palíen ciertas carencias tan peculiares como esta que me abruma ahora mismo. Como no poder encontrar el término adecuado para definir a Franky en el aspecto que estoy contando y que la única palabra que me cuadre, cuadre perfectamente con un padre cuasi analfabeto cinematográficamente que a pesar de ello conoce a Jeremy Irons aunque lo llame “El que hizo Kafka, y estaba fabuloso el tío” y que en todas sus apariciones vaya a sufrir, a pasarlo muy mal y, sobre todo, a arrastrar una existencia atormentada y apesadumbrada en la película de turno.

Quizás debería compatibilizar mi curso de vocabulario con una visionado intensivo de la filmografía de Jeremy Irons, porque todo lo que me viene a la mente cumple a rajatabla con la teoría de mi cinematográficamente analfabeto padre: Kafka, Herida (Damage), Madame Buterfly, La casa de los Espíritus, Belleza Robada, Lolita... 

Jeremy el atormentado, sin duda. 

Algún día alguien le tendrá que hacer un homenaje en tonos grises, con música barroca de fondo, tipo “El Atormentado Jeremy Irons y sus tribulaciones”.




- He inventado el método definitivo para “dejar” de fumar.
- ¿Sí o qué? ¿Y cómo es el asunto? ¿Y por qué dices el “dejar” entre comillas?

Se creó un silencio incómodo entre los dos. ¿Cómo era posible que yo viera las comillas de “dejar” si estábamos hablando? Quizás, así, escrito todo parece una tontería sin importancia, pero estas letras son reflejo de una situación hablada, donde las comillas no salen. El silencio amenazaba con explotarnos en la cara y el fantasma de la atormentada presencia de Jeremy Irons planeaba por encima de nosotros con cara de no entender nada de lo que estábamos hablando, de las comillas de “dejar” y de que su vida fuera una tortura psicológica que amenazaba con derrotarlo. ¿Debía romperlo yo de alguna manera? ¿Proponer sexo en ese momento era adecuado aunque los dos supiéramos que era una mera excusa para romper el silencio incómodo?

- El “dejar” entre comillas es porque realmente no quiero dejar de fumar.
- Entonces, ¿Para qué un método para dejar de fumar?
- “Dejar” de fumar, perdona.
- Vale, “dejar” de fumar, ¿Para qué?
- Yo no quiero dejar de fumar. Yo sólo quiero “dejar” de fumar sin más. Quiero volver a los tiempos donde fumar tenía sentido. No excederme en el fumar porque sí. No fumar sin más. Quiero “dejar” de fumar, y para ello, no hay mejor método que fumar siempre con un sentido y un por qué.
- ¿Porque "te gusta" no vale?
- No. Sabes que acabo fumando como un condenado y no recuerdo si me gusta o no, sólo fumo. Como tú.
- Tienes razón. Dime.
- Sólo fumar cuando se hace algo bien. Cuando se cumple.
- ¿Cómo?
- Solamente fumar tras una razón clara. Sólo fumar cuando me haya “ganado” el cigarro. Convertir el acto de fumar en una recompensa.
- O sea, a ver si lo entiendo: ¿Sólo vas a fumar cuando hagas algo bien? ¿Cuando te digan que está bien hecho? ¿Cuando pienses que te lo mereces? ¿Cuando consigas algo?
- No, no... Esto es válido para todo el mundo. Piensa: ¿Cuál es el cigarro que más apetece? ¿Cuál es el cigarro al que más le cuesta renunciar todo el mundo que quiere dejar de fumar?
- ¿El de después de comer?
- Exacto. El de después de comer, el de después del sexo, el de después de cagar, el de después de hacer algo placentero...
- ¿El de después de cagar? Tengo que decirte que para mucha gente es al contrario, por la mañana temprano...
- Bueno, eso son detalles.
- Y uno de mis mejores amigos no perdona el cagar con el cigarro, ni antes ni después.
- Olvídame. Tú casi no fumas y no quieres “dejarlo”...

Y tras su evidente enfado, se dispuso a contarme, con todo lujo de detalles su maquiavélico plan que cambiaría el mundo del tabaco y de nuestras relaciones con él. Todo el mundo hace algo. Algo que merece la pena. Y si no lo hace, para qué plantearse “dejar” de fumar o nada. Cada cual debe coger su tarea principal, su desarrollo personal y ponerlo antes del cigarro. Así se podría provocar una simbiosis importantísima entre el fumar y el desarrollo personal. Fumar sólo al terminar de enlazar los cuatro acordes principales de la canción que estás escribiendo, un cigarro tras terminar de grabar la toma adecuada de lo que estás creando, el pitillo de después del punto que cierra ese párrafo maravilloso...



Fumar así haría que forzáramos nuestra creatividad aunque fuera por la necesidad de fumar. Nos obligaríamos a trabajar en lo que nos hayamos metido aunque sea simplemente por las ganas de echarnos un cigarro.

El cigarro de después nos llevaría a multiplicar el antes de manera brutal.

Sólo fumar tras hacer algo bien o tras el sexo.

- ¿Cuánto llevas sin follar? -le dije sin pensarlo demasiado.
- ¿Es una proposición?
- No, es curiosidad.
- Ni me acuerdo...
- Pero, ¿Estás llevando a cabo tu método para “dejar” de fumar?
- Claro. Me va genial.
- Hace siglos que no escribes nada bueno...
- Más hace que no follo.
- Entonces casi ni fumarás. Eso es bueno.
- Qué va, fumo un montón más que antes.
- ¿Y eso?
- Me masturbo compulsivamente...

Se creó un silencio incómodo que estuve a punto de romper agarrándole el paquete y proponiéndole sexo por compasión, pero no hubiera estado bien.

- Pero... ¿Tanto?
- Más

Empecé a hilar todo. Su progresiva mimetización en Jeremy Irons tenía un porqué.

- ¿Fumas más que antes?
- Mucho más. Me la pelo constantemente.
- Pero...
- Tranquila... Puedo “dejarlo” cuando quiera.

Volvieron las comillas. Esta vez las acompañó con unos dedos que hicieron el típico gesto de entrecomillar pero que a mí sólo me transmitieron una frenética actividad en su entrepierna.

- Hablando de Jeremy Irons: ¿Qué cara pondría en una cena romántica, a la luz de las velas, con Amaia Montero cantándole eso de “Te voy a escribir la canción más bonita del mundo”? No sé, acabo de pensarlo...

Franky era así. ¿Peculiar?

Y se hacía muchas pajas últimamente (No le quedaba otra)




B.S.O.: "Qué bien me lo paso" (Los Enemigos)



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