lunes, 15 de octubre de 2012

La importancia de las cosas




Él adoraba Nueva York..."




Salieron del cine.

Él no recordaba cuántas veces había visto ya esa película. Pero le seguía pareciendo magistral. La podría ver tantas veces como quisiera, que siempre sería maravillosa. 

Continuaba con ganas de verla.

La agarró de la cintura al salir a la calle. Ella bostezó.




La noche había llenado Madrid a la salida de la Filmoteca.

No le gustó, pero no le dio importancia. Dejó reposar unos instantes el despertar a la noche madrileña puesto que la anterior vez que habían hablado era todavía una tarde soleada en la puerta de la Filmoteca y esos cambios, a los que no damos demasiada importancia, marcan nuestra vida inevitablemente.

En cualquier caso, era una de sus películas preferidas. Era una de las grandes. No tenía prisa.
Consideró indispensable, además de que le apetecía mucho, compartir esa obra de arte con ella. Quería degustar de nuevo aquello con ella a su lado. Necesitaba que a ella le gustara.

Pasaban los minutos y nadie decía nada. La besó y se imaginó el blanco y negro de Manhattan mientras pensaba que la amaba pero necesitaba una respuesta YA.

Y… ¿Bien?, Preguntó más tímido de lo que era su carácter habitual.

Bueno, no está mal… Para ser Woody Allen, que no me gusta mucho, me ha divertido.

Él resopló y contó hasta diez antes de contestar. 

¿Después de ver una obra maestra lo único que se te ocurre decir es que no te gusta mucho Woody Allen y que por lo menos te has divertido?

Ella, inconsciente de la importancia que tenía para él haber ido juntos a ver la película y de lo vital que suponía que para ella tuviera que ser una experiencia tan catártica como el primer “te quiero”, le miró disgustada y alegó que una comedia de Woody Allen nunca puede ser una obra maestra. Que te puede entretener más o menos, que puedes reírte, pero poco más… Y eso si no eres de los que te cae Woody Allen antipático y piensas que siempre hace la misma película. Se puso de perfil con aire altanero y de desprecio y concluyó analizando lo tonto que le parecía que fuera una película de 1979 y se hubiera hecho en blanco y negro.




Él tuvo que contar hasta veinte esta vez y, dolido como hacía mucho tiempo no había estado, empezó a construir un discurso acerca de lo diferente de Manhattan, de lo clave en la historia del cine, de lo maravilloso de Woody Allen a pesar de su aparente misma película - mismo papel y de la poesía del blanco y negro como una declaración de amor a la ciudad de Nueva York. Pensó mezclar todo eso con palabras que mostraran el dolor que le producían sus palabras y la infinita decepción que le provocaba aquello, además de olvidarse mientras hablaba que ya nada volvería a ser lo mismo entre ellos, pero sus pensamientos se bloquearon al verla de perfil.

Miró sus pechos. Sus pechos en aquel perfil le recordaron quién era. Esas tetas grandes y turgentes le hicieron olvidarse por un momento de la película.



Horas después, bajo unas sábanas en blanco y negro, en la intimidad de una noche de sexo con tetas grandes y turgentes él pensó que “el cerebro es el más sobrevalorado de los órganos" y ella recordó que había escuchado en la película como una de las chicas le decía al protagonista algo así como que “tienes que tener un poco de fe en la gente” y estuvo tentada de soltarla para romper el silencio.

Ninguno de los dos habló...


Ella se incorporó y con ella iban esos pechos tan grandes, turgentes y maravillosos. 
Él no pudo reprimirse, la agarró y volvieron a follar como si aquella tarde no hubiera pasado nada.

Pero los dos sabían que ya nada volvería a ser lo mismo… 


A fin de cuentas: ¿Por qué vale la pena vivir?









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