viernes, 31 de agosto de 2012

Te voy a llevar a Lisboa


Te voy a llevar a Lisboa. Tú aún no lo sabes. No te lo he dicho. Quizás fantasees con ello y yo me esté pasando de lista, pero te voy a llevar a Lisboa. Me encantaría que fuese así y no se te diluyeran las fantasías, pero sea como fuere, hoy me he dado cuenta de que te voy a llevar a Lisboa.

Y no te estoy diciendo que vayamos a ir juntas a Lisboa, ni que te vaya a proponer un viaje para que nos enseñemos Lisboa. Te estoy diciendo te voy a llevar a Lisboa.

No sé cuándo ni cómo. Importa relativamente poco. Lo fundamental es que te voy a llevar a Lisboa.

No va a ser una invitación ni una sugerencia. No serán unas vacaciones ni el premio a un concurso. Simplemente, te voy a llevar a Lisboa.

Hace mucho tiempo que no estaba tan segura de algo como estoy ahora de que te voy a llevar a Lisboa. Para ti va a ser de lo más fuerte que hayas vivido, y para mí será la culminación de muchos proyectos de orgasmos mentales.

No sé cuándo ni cómo, pero te voy a llevar a Lisboa.

Te voy a llevar a Lisboa, no para que vengas conmigo, sino para ir las dos. Las dos sabemos que realmente no somos sólo dos, pero no nos importa. No tenemos ni idea qué número sumamos juntas y me importan tres o siete mil cuatrocientos veintisiete cominos cuál sea. Puede ser el 6 (L–I–S–B-O–A) o el 19 (T-E-V-O-Y-A- L-L-E-V-A-R- A- L-I-S-B-O-A). Puede ser cualquiera, pero yo te voy a llevar a Lisboa para que sumes al 1, a más importante, a ti, a mí. Para que ese uno crezca y crezca contigo. Para sumar y no restar. 

Para que sepas, aunque quizás fantasees con ello y yo me esté pasando de lista, que Lisboa nos está esperando desde hace mucho tiempo. Yo lo sé y por eso te voy a llevar a Lisboa

No hay más. No pienses en qué significa, porque no hay más. Simplemente te voy a llevar a Lisboa.

¿Por qué Lisboa? 

¿Qué es Lisboa?

No lo sé. Dímelo tú. 

¿Tú lo sabes? 

No me contestes todavía. 

Espera. 

Te voy a llevar a Lisboa.

A veces pienso, y me deprimo. A veces pienso y el brillo de tu sonrisa me alegra y ahuyenta de la depresión.

Lisboa es depresiva, es decadente, es crepuscular y llora fados, y por eso no puede ver nada más alegre que tu risa y tu mirada cuando sepas te voy a llevar a Lisboa.

Lisboa es la luz. Tu mirada sonríe con la misma luz. 

No te marees. No llores. No te preocupes.
Ni si quiera pienses. 

Sonríe. Mírame. Sonríe y mírame como sólo tú sabes.

¿Que no haces nada especial? 

Elimina la modestia de tu atuendo que no te combina bien con esa falda. Sabes quién eres y empieza a saber dónde vas porque yo te voy a llevar a Lisboa.

Quiero volver a ver como tu espíritu se torna inestable por la emoción. Quiero ver cómo te quitas esa máscara de seguridad y tus ojos me enseñan a esa niña vulnerable y enfermizamente feliz, esperando algo que no sabe muy bien qué es (y que quizás no le importe mucho) y encontrándome a mí.

¿Te acuerdas? Soy yo, creo que necesitas saberlo: Te voy a llevar a Lisboa.

¿Sabes que tu mirada tiembla cuando te emocionas? 

¿Sabes que no abarcas lo que quieres mirar cuando te desnudas de emoción?

Es maravilloso. 

Por eso y por mucho más. Por hacerme ver que merece la pena decirte que te voy a llevar a Lisboa. Y porque has consagrado toda la parafernalia del altar de mis afectos para que comulgue mi espíritu.

Te lo debo, te voy a llevar a Lisboa. Aunque, egoístamente sea tan necesario para mí. Por eso no vamos a ir a Lisboa. Por eso no te voy a proponer si quieres ir a Lisboa. Por eso te voy a llevar a Lisboa.



Terminé de decirlo y me miraste con una seriedad mayor de la que yo esperaba. No emocionada, no turbada. No al menos como yo esperaba. Me besaste y empezaste a hablar tú:


No volveré contigo a lugares que fueron importantes para las dos. ¿Lugares comunes? Bueno, quizás no sea esa la manera de llamarlos, se refiere a otra cosa, pero tú me entiendes. Hay veces que los recuerdos están en el cajón de los intangibles tesoros. 

No quiero abrir la Caja de Pandora de mis emociones. Es bellísima por fuera, ocultando su interior. Si la abro, puede que no me guste lo que encuentro. Y no podré cambiarlo y quedará estropeado al contacto con el tiempo presente.

Para que me comprendas, puede ser similar al tema de los amores platónicos, que si dejan de serlo, platónicos, normalmente no son más que eso: Amores. Amores bonitos, sí. Intensos o pasajeros, sí. Pero no platónicos. 

¿Qué pensará Platón de todo esto? ¿Te lo imaginas por Lisboa…?

Alguien dijo una vez, o leí por algún sitio, que hay que tener mucho cuidado con lo que se sueña no vaya a convertirse en realidad.

No hablo de sueños, sino de recuerdos. Los recuerdos se aprenden a manejar a conveniencia. Se pueden enturbiar o clarificar, adornar o ensuciar, rodearlos de arabescos o simplificarlos hasta algo muy concreto y simple… Pero siempre con el cuidado necesario para no hacerlos insoportables en la memoria como para querer abrir la Caja de Pandora y encontrar que su luz nos ciega y nos llega a molestar. 

Las linternas son útiles en la oscuridad si apuntamos su foco hacia algo en penumbras que queremos ver más claro. Pero nunca debemos apuntar el foco a nuestros ojos para ver mejor. Así no funciona.

Y odiaremos, desterraremos la linterna y nos sumiremos en la oscuridad. En una oscuridad más profunda que antes de tener la linterna escondida. ¿Imaginas Lisboa sin su luz?

Por supuesto, no te diré aquello fácil de “segundas partes nunca fueron buenas” aunque me ayudara en lo que te digo. Sabes que pienso que muchas son mejores que las primeras. Si “El Padrino 2” no existiera tras “El Padrino 1”, todos y cada uno de nosotros y nosotras diríamos que es mejor que la primera. Pero a pesar de ser una jodida obra maestra por sí sola, tenemos a echarle el lastre encima de la existencia de “El Padrino 1” (Que cambia su nombre al aparecer “El Padrino 2”, pasando de ser simplemente “El Padrino” a “El Padrino 1”). 

Algo así pasa en nuestros recuerdos. Como mínimo pasarían de ser “Los Recuerdos” a “Los Recuerdos 1”. Y eso, ya los cambia. Aunque sea un ligero cambio…

Por eso no sé si debo volver nunca allí contigo. Por no buscar excusas en el tiempo, en el cambio del lugar, cuando los que cambiamos somos nosotras, cegadas por el foco linternil de nuestros recuerdos más maravillosos enfocando a los ojos.

La primera vez tiene el encanto de la novedad, de lo desconocido. La segunda se puede mejorar. Y la tercera y la cuarta… Pero cuando pierdes la cuenta, las valoras sin comparación. Disfrutando de la presente y luchando por la futura. Y si las encadenas y las atas unas a otras, la siguiente parecerá una más…

Y caerás en la rutina, la mayor enemiga del amor platónico.

Y todo esto te lo digo porque no sé qué quieres que te diga a todo lo que me has dicho de Lisboa.

Y porque eres tú.






Abrumada, me armé de valor y lo solté:

- ¿Qué has querido decir con todo esto?


Me miraste muy seria, mordiéndote el labio como sólo tú sabes hacerlo, y después sonreíste:

- ¿Cuál era la pregunta?


Te miré entre condescendiente, embobada y  mosqueada:

- No te he preguntado nada…


Te levantaste a poner un cd:

- Sabes que no me gustan los fados. Los veo como las películas tristes, no me apetece que me hagan llorar porque sí…

Y empezó a sonar Lisboa, el poema de Gabriel Sopeña que cantó Loquillo.


Y te lo dije con más fuerza que nunca:

- Te voy a llevar a Lisboa


Me miraste como sólo tú me sabes mirar.  
Me sonreíste como sólo tú me sabes sonreír.


Y susurraste a mi oído:










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