sábado, 13 de agosto de 2011

Te debo un cuento (Capítulo Segundo):



Es la noche. Es el momento. Es el instante buscado.

Llevaba tiempo detrás de ese preciso momento en el que se pondría a escribir lo mejor que nunca había escrito. Para ella. Se lo debía. Se lo había prometido. Lo iba a hacer.
 
Había llegado la hora. Aunque fuese muy tarde. Aunque llevara unas copas de más.

Para todo hay un momento adecuado, pero siempre lo reconocemos cuando ya ha pasado. Ella sabe que ese y no otro, es el momento adecuado para escribir el cuento que le debía. Los demás no solemos encontrar nunca los momentos adecuados y nos conformamos con la ilusión de estar de cuando en cuando en el instante preciso en el sitio indicado, pero no es más que una mera ilusión de la que también nos damos cuenta después. Ella sabe que ese es el momento adecuado. Es el instante. Es el día. Está decidida.
 
Tiene claro que quiere escribir un cuento para ella. Está convencida. Está decidida. Es el momento. Sabe lo que quiere contar.

Sigilosamente se acurruca a su lado en la cama.

- Estoy malita -le dijo horas antes.
- No te preocupes, yo estoy aquí para curarte o hacerte tu dolencia más llevadera.
- Qué buena eres.
- Me preocupo por tí
- Demasiado a veces...
- Nunca es suficiente.
- Qué buena eres conmigo...
- Contigo...

La acercó a su pecho y le acarició su pelo revuelto. Hizo que se sintiera bien. Sintió que la protegía y que estaba allí para dar lo que necesitaba ella en ese preciso momento. Le susurró al oído unas palabras que sabía que siempre funcionaban cuando eataba mal y lo necesitaba, y se lanzó.

- ¿Te he contado el cuento de cuando era romántica e idealista?
- No, pero sabes que me encanta que me cuentes cuentos.
- Pues ven. Acércate a mí. Esta es una historia real. De antes de que me conocieras. De cuando yo era romántica e idealista.

Y sintió que era el momento. Había llegado la hora de contarle el cuento que le había prometido tantas veces. De hacer que se sintiera la cosa más especial del mundo entre sus brazos, aunque su supiera que había algo dentro de ella que la hacía rechazar esas emociones porque no quería dejarse llevar demasiado para no sufrir. Daba igual. Era el momento. Lo sintió. Lo sabía. Le iba a contar el cuento que le debía hace tanto tiempo...

"Erase una vez, cuando tú y yo no nos conocíamos, y cuando el mundo era más oscuro y más gris, una chica que pensaba que era maravilloso todo lo que le rodeaba, y que era feliz con todo lo que sentía.

Esa chica acostumbraba a dejarse llevar por las emociones y por los sentimientos, y eso, no le hacía ningún bien, aunque normalmente no se daba cuenta de ello.
 
Era una chica feliz, como tú y como yo, alegre y plena. Sabía que nada podía apartarla de su felicidad más que sus pensamientos, y por eso, eliminaba los que no le gustaban. Llevaba consigo mismo una férrea disciplina del “no dolor” y el “no sufrimiento”. Podría decirse que para lo único  que había nacido y crecido era para aquello que todas quisiéramos: Para disfrutar de la vida, sin ambages, sin preocupaciones, sin calentones morales, sin culpabilidades, sin excusas...

Solía comprar flores a menudo. 
 
Adoraba las flores. 

Compraba ramos de flores todos los días para pasear por la calle, como si se las llevara a alguien. Pero antes de llegar a casa, siempre las tiraba en la papelera.
 
 

 
Para medio barrio era la chica del ramo de flores que iba a buscar a su amado todos los días. La mayoría de la gente que la vio más de una vez, la identificaba con la romántica soñadora que volvía a casa todos los días con un ramo de flores para la persona que amaba. Había otros que pensaban que era una luchadora que perseguía un amor imposible al que quería ver caer en sus brazos llevandole un ramo de flores todos los días.

Nadie estaba en lo cierto. Ella misma no estaba en lo cierto.
Compraba a diario un ramo de flores, paseaba por la calle con él, llegaba al portal de su casa y... Lo tiraba en la papelera.

Así, día tras día. Impecablemente vestida, con una sonrisa arrebatadora, con una mirada chispeante, paseaba el ramo de flores por el barrio sin más destino que la papelera frente a su portal. Día tras día. La misma rutina. La misma felicidad. Las mismas miradas de envidia y recelo en los que la conocían de verla pasear el ramo de flores todos los días.

Medio barrio la amaba tan sólo de ver su sonrisa. Otro medio soñaba con ser el receptor de aquel precioso ramo de flores diario. Los demás fantaseaban con cruzar la mirada con aquellos ojos arrebatadores y ser los receptores de aquel ramo diario.

Pero nadie conocía su historia. Nadie sabía quién podía ser el receptor de aquel ramo, de aquellas miradas, de aquella sonrisa...

Ella, ajena a todo lo que la rodeaba, paseaba día tras día con el ramo de flores por el barrio. Camino a casa. Sonrisa encendida, mirada soñadora. Compraba un ramo cada día más bonito. Sonreía cada vez más. Miraba como sólo una chica que pasea ramos de flores diariamente puede mirar. Y, siempre, al llegar a su portal, lo tiraba en la papelera.
Hasta que un día, ocurrió lo que nadie esperaba. 

Ella, feliz y dichosa. Con sus pensamientos ajenos al dolor o a la trascendencia. Sin saber porqué o cómo, su actitud despertaba todo tipo de sentimientos en la gente que la rodeaba, llegó a su portal, se giró para tirar el ramo como siempre y, sin que sospechara muy bien porqué, se encontró con que la papelera habitual había desaparecido.

Presa del pánico y aterrada por una situación en la que nunca se había encontrado, entró nerviosa en el portal. Subió las escaleras de dos en dos como si se sintiera perseguida y acosada. Llegó a la puerta de su casa con el ramo en la mano y, sin saber muy bien porqué, llamó a la puerta en lugar de  abrir con sus llaves como hacía siempre.

-Perdón, ¿Quería algo?
-Sí, pero no sé muy bien qué...
-¿Cómo?
-Este ramo es para ti...

Presa de un ataque de timidez, dio la vuelta por donde había venido y echó a correr a la calle nuevamente, quizás en busca de la papelera desaparecida.
 
- ¡Oye! ¡Vuelve aquí! ¡No salgas corriendo!
 
Ella no escuchó nada. Estaba totalmente desarmada ante los acontecimientos. Las flores eran sus espadas y ahora no tenía siquiera armadura. Escuchó de fondo una voz que gritaba a los cuatro vientos:
-Me encanta las flores... Llevo mucho tiempo esperándolas. ¡Gracias!

Se dio la vuelta dispuesta a poner su mejor sonrisa para afrontar la situación. Miró hacia donde venían las voces y vio unos ojos que desarmaron los suyos. Volvió a mirar y encaminó sus pasos hacia allí."


Aunque eso, como tantas veces, es otra historia...

La besó en la frente y notó que tenía algo de fiebre. 
 
Dijo “Buenas noches” aunque sabía que no podía oírla y que no había llegado a escuchar ni la mitad del cuento.
No importó. Vio que su sueño transmitía placidez y eso, pensó, era lo que buscaba al contar el cuento. 
 
La volvió a besar, ahora en los labios, y fantaseó conque horas más tardes volvería a besar esos labios para desear buenos días.
 
¡Buenos días!


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