viernes, 3 de junio de 2011

Hubo un tiempo en el que los trenes tenían vagones de fumadores



-    ¿A dónde va usted?
 
Y a usted qué coño le importa. Yo no tengo culpa de que piense que el viaje se le va a hacer muy aburrido y no tenga más que alternativa que intentar entablar conversación conmigo.

-    A Barcelona – dije haciendo ademán de levantarme- ¿Me deja salir un momento?
-  Pues yo me quedo en Madrid – escuché a mis espaldas mientras huía despavorida presurosamente por el estrecho pasillo del vagón – Así es que a partir de Madrid lo mismo va usted sola el resto del viaje.

Las últimas palabras sólo las intuí porque ya había alcanzado la puerta del vagón. Encaminé mis pasos al vagón cafetería sin muchas ganas de nada. No tenía apetencia ni de café, ni de ningún refresco, a fin de cuentas, acababa de salir. Llevaba quince minutos montada en el tren y ya me había encontrando molesta con mi compañero de asiento.

Son los terribles inconvenientes de viajar sola. No puedes esperar que se siente tu príncipe azul al lado. Además, si se sentara, probablemente no lo reconocería. Y aunque lo reconociera llevaría puesto los auriculares con música, o estaría leyendo, o viendo la película de turno… Sí, probablemente estaría leyendo. Un libro interesante. Una lectura digna de un príncipe azul. De mi príncipe azul.


 
 
Aunque sería una lectura extraña. Nadie se monta en un tren y se dispone a leer el libro de su vida. No leería ninguna lectura de viajes. Eso deprime terriblemente. No hay nada peor que leer una narración sobre un viaje que seguramente sea más interesante que el que tú estás realizando. Precisamente por eso está publicado y es un libro interesante como para despertar el interés de mi príncipe azul. Nadie publicará jamás sus sensaciones en su viaje en tren Badajoz – Montijo. No porque no pueda pasar nada interesante en esa media hora, sino porque nadie se para a escribir algo así.

Quizás debiera hacerlo yo. Ya me veo sentada enfrente de algún editor:

-    Señorita, siento decirle que no tiene demasiado interés su relato “Badajoz-Montijo: Un viaje sin retorno". Quizás debería usted plantearse ampliar el viaje. Una experiencia en el Transiberiano puede interesar. Plantéese matar a alguien en el Orient-Express, pero por favor, no nos haga perder el tiempo entre Badajoz y Montijo. Sinceramente, no pierda el tiempo, no creo que interese a nadie.
-    Y sí… -No, no creo que pudiera contestarle nada interesante a mi favor- Gracias de todos modos por su interés y por su tiempo...
-    Es un placer señorita. Y ya sabe, si decide hacer un viaje más largo y le ocurre algo interesante en el viaje no dude en mandarnos el manuscrito. Quizás pueda interesarnos. No escribe mal del todo.

No escribe mal del todo. Claro, si escribiera mal del todo no escribiría. Escribir es juntar letras en conjuntos a los que se les denomina palabras. Estas, a su vez, se agrupan en frases que juntas conforman párrafos, y con varios párrafos conformas un relato. O se hace o no se hace, pero no se puede hacer bien un poco, o casi mal. O se hace o no se hace, pero no se escribe mal del todo.

¿Acaso se mata a alguien un poco?: "Señor Juez, alego en mi defensa que de las 27 personas que maté en la tarde del día de autos, a catorce de ellas no las maté con odio del todo, por lo que creo que debe de eximirme de una condena tan grande como pide el ministerio fiscal".

¿Qué leería mi príncipe azul? ¿El Quijote, Hamlet? No, mi príncipe azul estaría alejado de los clásicos porque ya los habrá leído hace tiempo. ¿El último Premio Planeta? ¡Por favor!, qué vulgar snobismo…

Probablemente leería en algún idioma extranjero porque su formación intelectual no tendría límites. Haría anotaciones en el libro puesto que, aunque mi profesor de literatura del instituto afirmara que escribir o hacer marcas en un libro es casi pecado, le sacaría todo el jugo necesario y gustaría de releer con fruición.

Si releyera puede que se hubiera decantado por “El libro del Desasosiego” de Pessoa, o el “Ulises” de Joyce… Con lo cual estaría totalmente absorto con la lectura y de nada serviría que lo reconociera como mi príncipe azul porque no tendría ni un segundo de distracción para fijarse en mí.

Sí, esa es la clave: La próxima vez que vea entrar en el tren a alguien con el Ulises o el Libro del Desasosiego iré a por él antes de que abra el libro. Será mi única oportunidad de atrapar a mi príncipe azul. Mi próxima tarea intelectual debe ser leerlos concienzudamente, incluso cualquier estudio o análisis sobre ellos, para estar convenientemente formada en su conocimiento y poder impresionar a mi príncipe azul con mi sapiencia sobre alguna de sus obras referencia.

Ahora voy a darme la vuelta con mucha dignidad y cuidado. Llevo tres vagones, absorta en mis pensamientos, caminando en dirección contraria a la cafetería. Empiezo a desandar lo andado que viene a ser algo así como cuando se expresa que alguien no escribe mal del todo.

Llego a mi vagón de origen y no puedo reprimir una mirada a mis maletas, a mi asiento… Desde el pasillo del vagón, sin pararme. Pero claro, mi mirada pasa accidentalmente por encima de mi acompañante, que aunque tenga previsto bajarse en Madrid, me sonríe mientras probablemente piense para sus adentros que o bien soy un poco rara y me gusta pasear por el tren de un sitio a otro, o bien, tengo varices y no puedo pasarme mucho tiempo sentada sin cambiar las piernas de posición. Las varices las tendrá usted, que está en la edad. Ya quisiera tener mis preciosas y sanas piernas… Aunque a lo mejor es eso lo que quiere realmente y le importe un bledo hacia donde vaya con tal de tener tan bellas piernas cerca…


 
El vagón restaurante es un buen refugio. Para casi todo. Todavía, incluso, se puede fumar. No soy fumadora, pero eso de tener un sitio determinado en el que se permitan ciertas cosas no está nada mal. Más aún, no está nada mal que haya un sitio para hacer cosas que están prohibidas en el resto del tren.

Podrían permitir en el vagón restaurante que se besaran las parejas durante todo el viaje. Más que permitirlo aquí, deberían prohibirlo en el resto de los vagones. El humo me molesta y es malo para mi salud, pero me molesta infinitamente más tener cerca una pareja de enamorados que se pasan el viaje entre besitos, arrumacos, ahora apoya tu cabeza en mi hombro, ahora te hago cosquillas en la barriga, ahora te acaricio el pelo mientras duermes… Y sólo se separan para levantarse a mear… Incluso imaginan a fotógrafos virtuales que les fotografían desde fuera del tren mientras ellos con cara de postal de París, abrazados, miran el paisaje con la vista perdida en el horizonte. Dañan mi salud tanto como el humo de los cigarros ajenos. Mi autoestima se cae por los suelos y descubro que aunque piensen que son preciosos sus besos y que su vida es un cuento de hadas, todos los cuentos de hadas tienen final, y ese final no siempre es comer perdices y ser felices…. Y entonces les molestará tanto como a mí.

Deberían prohibir y tener espacios determinados para el uso de los móviles. No para que no se pueda hablar con quien se quiera, sino para que no aparezca, indispensable en cada vagón, el necio e insoportable personaje que se pasa medio viaje comprobando que todas las melodías, tonos y politonos están correctamente dentro de su teléfono y suenan sin ningún problema. Una vez llegué incluso a ver a dos amigotes enseñándose el uno al otro las diferentes melodías y prestaciones de sus respectivos aparatos de telefonía portátil. A día de hoy siguen apareciendo en mis sueños enseñándome sus nuevos y chirriantes politonos. Será una frustración personal, pero hasta que no vea en un anuncio de televisión la manera de poder tener como melodía de mi teléfono las bellas notas de “Mis manos en tu cintura” de Adamo, no cambiaré mi chirriante bip-bip que venía por defecto en mi teléfono.

Hubo un tiempo en el que los trenes llevaban un vagón de fumadores (Y en la cafetería también se podía fumar).

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