martes, 7 de junio de 2011

El Baúl de las Miserias Perdidas (Capítulo 5): Noches de sabor a fresa

Rescato del baúl de mis miserias más escondidas otro texto presentado a un Concurso de Relatos Eróticos, donde había que hacer presente el uso del preservativo. Huelga decir que, evidentemente, tampoco ganó nada, como puede deducirse tras una somera lectura. Vuelvo a aprovechar el preservativo protagonista (aunque no sea recomendable reciclar) para prevenir profilácticamente del cariz guarrete del texto y su inconveniencia para menores y personas bienpensantes...



NOCHES DE SABOR A FRESA


¡Cómo me asustaba aquello! Nunca pensé que pudiera tener algo como eso entre las piernas. Era de esperar. Para un chico tan grande y tan bien puesto lo anormal sería tenerla del tamaño de un cacahuete. Usualmente el ser humano es un ser proporcionado, pero, ¡Joder!, aquello era demasiado.

Era bonita, ¡Dios, era preciosa! No podía menos que acojonarme pensando dónde iba a meterme todo eso. Otras veces me hubiera lanzado con la boca abierta como una loca y lo hubiera llevado al séptimo cielo, pero esto era demasiado.

Tardé quince segundos, que se hicieron eternos, en recuperar la consciencia y echar mano a mi bolso en busca de la goma de fresa. Chocolate, limón, whisky, menta… Una vez decidida a usarlo, el sabor era lo de menos.

Él no se inmutaba y yo me imaginaba con cara de gilipollas cayéndoseme la baba.

Tengo que aprender a dejar un poco que me lleven a mí y no dejarme llevar por mi hiperactividad. Habitualmente soy más rápida actuando que sintiendo. Será por eso que gusto tanto a los tíos. En momentos como este son en los que echo de menos no tener un termostato sensitivo menos moderno. En lugar de microondas, me gustaría ser de vez en cuando horno de leña, aunque el microondas sea más práctico y rápido, el horno de leña acaba dejando la comida más sabrosa.

Me lanzo a su entrepierna con mi gomita en la mano. Mira con cara de extrañeza mi mano derecha. Sí, quizás le sorprende lo “especial” de mi gomita, pero yo no la veo tan rara, hoy en día están un poco desfasadas ya las caperucitas de sabores y colores.
Parece que reacciona y se percata de qué es aunque sigue resultándole extraña.

-    ¿Qué es?, susurra en mi teta derecha mientras acerca su mano al látex.
-    Un condón, un preservativo, una gomita, un anti-baby, un previenemalosrollos… Como lo quieras llamar.

Me mira con cara de decirme ya lo sé tontina y le dice a mi teta izquierda:

-    Ya lo sé tontina… Pero… -Se incorpora de mis pechos, me mira desde las alturas (no más arriba de la altura de mis ojos, pero hacía tiempo que no cruzaba mi visión con esos grandes y preciosos círculos negros) y mira mi mano- Pero, qué raro es, ¿no?...
-    Sabor a fresa…-Muy aplicada yo- Pero si no te gusta tengo de limón, menta o chocolate, creo… ¡Joder!, parezco un catálogo erótico.

No me gusta su cara en este momento. Distráete: mira a su amigüita…

-    Pareces una profesional

Lo sabía. Si se le veía un poco cateto… ¡Dios! A mí que me parecen ya desfasados los de sabores y él me ve como una señorita de Avignon decimonónica y bebedora de absenta… En momentos como éste sólo hay un par de caminos que tomar: O lo mando a freír gárgaras y me voy a casa caliente como nunca, o ignoro todo como si no hubieran existido estos últimos segundos y me lanzo al ataque… como nunca.

Como suele ser habitual, el efecto microondas vence al estúpido orgullo de “soy una niña bien, no me vayas a tomar por lo que no soy porque te suelto una bofetada” y abro con cuidado el condón, lo saco de su envoltorio y me lanzo a colocárselo en la punta (¡Joder!, ahora parezco una sexóloga) cuando me agarra las manos. Vuelvo a alejar la maravillosa visión de mi mirada y la dirijo a la que hasta hace unos instantes era igual o más maravillosa visión de sus ojos.

-    Deja, te ayudo…

¡Qué sonrisa! No recordaba ya entre tanta microonda y tanta brasa ardiendo lo que me había llevado hasta allí…

-    Deja, me gusta hacerlo a mí sola… Si quieres…

Sonríe y echa su cabeza hacia atrás… Su torso cae en el sofá y nos encontramos con una bonita caperucita roja vestida de largo en cuestión de segundos. Me relajo un poco, abro la boca y allá voy: Muerdo y muerdo todo lo que encuentro cerca de mis labios.

Fascinante. Es fascinante la entrepierna de un hombre. Y no me refiero a lo que todo el mundo entiende por entrepierna cuando usa esa palabra eufemísticamente para no mentar otra políticamente más incorrecta.

Esa parte interior de las piernas que va desde las rodillas a la ingle, incluyendo esta, esa parte interna de los muslos, más y más adentro del chico, allí donde desaparece misteriosamente el vello y la piel tiene un tacto y una sensibilidad especial.

Pero claro, no puedo olvidarme de ese centro del cuerpo, ese agujero en el que te introduces por medio de tu lengua, ese ombligo… Mis amigas no me entienden, pero detesto los vientres masculinos excesivamente planos y musculados donde un ombligo pasa por ser algo así como un estorbo imperfecto… No, no me van… Adoro el vientre mullidito, sin pasarse, con un ombligo con recorrido interior.

Pero tampoco me engaño: Estoy educada de una manera típica y tópica dentro de esta sociedad falocrática y es difícil encontrar un partenaire que soporte todo este festín sin que pase de vez en cuando por el que rige sus destinos. Además, con él era poco menos que una difícil tarea por aquello de su tamaño, aunque no parecía muy ansioso porque se la devorara.
A pesar de ello, me resultó imposible e imperdonable no repostar periódicamente, durante mi viaje de placer, en su surtidor rojo.

Pasamos así bastante tiempo. No puedo decir que fuera una felación al uso, es más, creo que llegué a olvidar que sabía a fresa.

A horcajadas le poseí. Él no decía nada. Me manoseaba torpemente los pechos y me pellizcaba las nalgas con la mano abierta. Le clavaba mis uñas en su pecho alternativamente bien cuando sentía corrientes eléctricas dentro que me abrumaban y me nublaban los sentidos, bien cuando me molestaban sus tactos torpes.

Terminó.

Por más que quise dominarlo y adecuarlo a mis necesidades, terminó. Resignada me apeé de mi montura y vi como al caballo se le quedaba una sonrisa de dibujo animado japonés que para más inri coronaba con dos “amorosos” platos de porcelana por ojos.

No me gusta mirarles a la cara cuando no he quedado del todo satisfecha. Tengo una terrible tendencia a multiplicar el ligero desprecio que puedo sentir rápidamente y no es justo que pueda llegar a tomar forma y hacerse demasiado grande, por una cosa tan común como la rapidez o la falta de sincronía.

Seguí jugando con caperucita.

-    ¿Te ha gustado?  Me decía con un beso en el hombro.
-    Sí. Mentía mirándole el “tubo de escape”.
-    ¿Quieres más?

No sé si tomármelo como una fanfarronada o como una deferencia, quizás no deba tomármelo ni de una ni de otra.

-    Tú mismo, aquí me tienes

Y me separo de su pecho recostándome sobre la espalda esperando una más que improbable embestida mezcla de ternura y brutalidad que enerve mis sentidos.

Esbozando una petulante sonrisa cayó –porque no hay otra manera de definirlo- encima mía y con una terrible habilidad separó mis piernas colocando las suyas por allí. ¿No sería capaz? ¿No sería capaz, literalmente hablando?

Pues parece que sí…

-    ¿Dónde vas? Le pellizqué la espalda
-    Quiero volver a sentirme dentro de ti. -No, si encima me va a salir cursi- Me he quedado con ganas de más, te lo decía en serio… ¿Tú no?

Pues claro que sí… pero a este cualquiera se lo dice. Se va a poner de un ancho que no va a salir por la puerta. Como siempre que me encuentro sin recursos y mi boca no puede decir ni hacer nada más productivo por la situación, le besé… Nos besamos. Y claro que tenía ganas ¡Dios, qué ganas tengo!

Enfoco mi pelvis hacia su entrepierna cuando se produce el fogonazo… Parecía como si un paparazzi acabara de entrar en la habitación y nos hubiera tirado una foto. Pero, no. No, eso no podía ser. Ninguno de los dos éramos tan importantes. Yo desde luego no lo era. El paparazzi no existía, pero el flash sí.

Volvía a bajar de la nube. ¿Qué es eso? Esos roces flácidos, plásticos y húmedos en mi ya de por sí flácida, no plástica pero sí húmeda (con grave amenaza de sequía instantánea) entrepierna. Seguía con la goma puesta pero su erección había desaparecido. Estaba en uno de esos momentos delicados que nunca han sido mi especialidad.

No soy precisamente una persona reflexiva ni tengo mucha capacidad de empatía con lo que nunca he llevado bien este tipo de etapas en las que la delicadeza debe ser el disfraz que camufle lo que realmente pienso o todas mis intenciones.

Le agarré la flácida y repulsiva caperucita roja (cada vez menos “ita”) que amenazaba por meter su cabeza en la boca de mi león.

-    ¿Dónde vas con eso? ¿Le has cogido cariño y no te vas a quitar el condón? Y eso que antes no te hacía mucha gracia….
-    Si claro, como quieras…

El brillo de sus ojos y su instantánea y acelerada disposición a cumplir mis deseos me mosqueaban. Se quitó velozmente el preservativo convertido ahora en una especie de chicle de fresa y nata remarcado y lo lanzó lejos, en el mismo movimiento con el que se lanzó sobre mí.

Sin saber cómo, al instante lo tenía poniendo el muñequito flácido a la altura de mi barbilla. Tal vez era la posición, que si hubiera estado con él medianamente erecto, su cabeza estaría entre mis cejas, pero no, no era así: Enfrente tenía un dátil, tamaño King Size, eso sí, arrugado y con muy mal aspecto.

“No me voy a comer eso”, masculle para mis adentros, pero parece que lo mascullé demasiado alto e ininteligible porque él entendió algo así como te la voy a devorar de un mordisco y con una prontitud pasmosa, impasible el ademán, redujo los escasos milímetros que separaban mi boca de su entrepierna.

-    No te la voy a comer -dije ahora alto y claro
-    ¿Cómo? No te entiendo
-    No comer, no eat, ne manger pas…¡NO!  ¿Cómo te lo tengo que decir? No pienso meterme en mi boca esa cosa sucia y maloliente…
-    ¿Porqué? ¿Sólo sabes comer con gomitas de sabores?...
Esto se estaba poniendo cada vez peor. Es más, creo que ya no tenía arreglo. El horno se había apagado definitivamente.

-    También se comer con cuchillo y tenedor, pero no creo que te haga mucha gracia
-    No te hagas la graciosilla… ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué te haga yo antes un trabajillo? ¿Qué me ponga un condón de tutti-frutti? ¿Qué te la meta directamente?...

Su dátil era ya casi una pasa… ¡Cómo puede llegar a variar el mercado de valores! Mi horno ya era un congelador. Llegados a este momento no quedaba más que desenchufar. Me incorporé bruscamente, cogí de un bolso las cuatro o cinco gomas que tenía, las tiré a la cama y me empecé a vestir…

-    Tutti- Frutti no, pero creo que quedan de menta, chocolate, whisky y alguno más… Tú mismo… Disfrútalos, si te llegas… Si no, siempre los puedes mascar

Me vestí con una rapidez propia del superman de la cabina telefónica y me despedí con un beso en la mejilla.

-    Buenas noches

Por un momento estuve tentada de decir lo siento, pero afortunadamente no lo hice, no había por qué.

Él me contestó con un  "Buenas noches… Lo siento…"

No le di tiempo a que pudiera reaccionar más… No me convenía. Hubiera sido peligroso. Me podía haber suavizado y ahora mismo todavía estaríamos metidos en la cama, pero ya estaba en el portal. ¿Y por qué coño le he tirado los condones? ¿No me podría haber cabreado sin más y haber salido por la puerta…? Como si regalaran las gomas de sabores… Visto así, casi las podría haber utilizado… Pero ya era tarde. Mejor dicho, ya era temprano.

Un señor en chándal con periódicos bajo un brazo y una cadena terminada en perro en la otra mano, entró por la puerta del portal:

-    Buenos días
-    Buenos días, respondí sin mucho entusiasmo -Realmente no lo son.

Salí a la calle y realmente no lo era. Me estoy acostumbrando demasiado a terminar mal todas mis historias. Y ésta, no iba a ser una excepción.

¡BUENOS DÍAS!



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