lunes, 27 de junio de 2011

Hábitos, hábitos, hábitos…


"Me paso el día entero diciendo que estoy encantado de haberlas conocido a personas que me importan un comino. Pero supongo que si uno quiere seguir viviendo, tiene que decir tonterías de ésas."

("El guardian entre el centeno", J.D.Salinger)



Hábitos, hábitos, hábitos… Como fumar todo el tiempo o comer sandía en verano.



Anoche volví a cometer un asesinato. Como todas las veces anteriores, planeé al milímetro hasta el último detalle para no dejar restos. Hace tiempo que asesinar había dejado de ser para mí un acto de rabia y de respuesta ante mi frustración y se ha convertido en un hábito.

Anoche volví a abrazarte con todas mis fuerzas. Como todas las veces anteriores, planeé al milímetro hasta el último detalle para no dejar restos. Hace tiempo que abrazarte con todas mis fuerzas había dejado de ser para mí un acto de rabia y de respuesta ante mi frustración y se ha convertido en un hábito.

Compongo la vida de hábitos y respondo con ellos a todo lo que me rodea. Cuando me desordeno soy genial. Cuando olvido lo habitual soy maravilloso. Cuando me escapo de lo esencial soy fascinante. Pero me da miedo… Tengo miedo a dejar rastros tras de mí.

Lo que para mí son hábitos, para los que me rodean son actos de genialidad. Lo que para los demás serían aventuras fascinantes, para mí son actos ordinarios.

Nunca quise estar donde estoy, pero nunca he querido estar en un lugar mejor. Pese a todo, tengo el hábito de llevar siempre el pasaporte en el bolsillo. Cuando me tocan el culo es incómodo, pero es práctico por si de camino, algún día, descubro dónde quiero ir. Que me toquen el culo no es un hábito al que esté demasiado acostumbrado, pero hay que tenerlo en cuenta como parte del camino.

Mirarme al espejo es un hábito que dejó de importar cuando empezó a gustarme lo que veía. La clave estuvo en escoger bien las horas. Los hábitos se componen de detalles que los liberan si los atendemos bien. Pero un hábito disfrazado, sigue siendo un hábito.

Habito es la insatisfacción. Hábito es la intranquilidad. Tengo el hábito de interpretar cualquier leve señal como un síntoma de que algo va mal. O al menos, peor de lo que iba. Afortunadamente, también tengo el hábito de interpretar cualquier leve señal como un buen síntoma cuando todo va mal. Son hábitos útiles, algunas veces incómodos, otras placenteros.

Ningún hábito hace al monje, digan lo que digan, y ni yo me defino por mis hábitos, ni mis hábitos me definen a mí. Habitualmente me gusto, pero tengo el hábito de pensar que a ti no te pasa lo mismo continuamente.
 
Anoche volví a abrazarte con todas mis fuerzas. Como todas las veces anteriores, planeé al milímetro hasta el último detalle para no dejar restos. Hace tiempo que abrazarte con todas mis fuerzas había dejado de ser para mí un acto de rabia y de respuesta ante mi frustración y se ha convertido en un hábito.

Anoche volví a cometer un asesinato. Como todas las veces anteriores, planeé al milímetro hasta el último detalle para no dejar restos. Hace tiempo que asesinar había dejado de ser para mí un acto de rabia y de respuesta ante mi frustración y se ha convertido en un hábito.



Hábitos, hábitos, hábitos… Como fumar todo el tiempo o comer sandía en verano.

 


martes, 21 de junio de 2011

¿El equilibrio es imposible?

Me he puesto una pulsera Power Balance en la polla...


No me gustan las rubias, le dije
Yo soy de bote
No me gustan las que se disfrazan
Me puedo desnudar ante ti
No me gustan las sumisas
Yo no estoy pidiendo gustarte
No me gustan las que aparentan ser todo lo que no son por alguien como yo


(Philippe Petit haciendo equilibrios entre las Torres Gemelas, el 7 de Agosto de 1974)


Me estaba haciendo el duro. Como de costumbre. Por qué dorarle la píldora cuando tanto tiempo había pasado sintiendo su desprecio. Ahora había encontrado el equilibrio que antes creía imposible. Ahora que no me interesaba, debía probar ella mi desprecio.


Tengo ganas de besarte, me dijo
Yo no
¿Tú no tienes ganas de besarme o tú no tienes ganas de que yo te bese?
No me líes
Eso es exactamente lo que quiero
Siempre estás igual
No siempre
Ese es el problema

Me he puesto una pulsera Power Balance en la polla...


jueves, 16 de junio de 2011

Obsesiones y Parafilias (Volumen 11): La creatividad perdida es como la verdad, está sobrevalorada.



Revolcarse en el fango. 
Revolverse en la propia mierda. 
Retozar en la cochiquera.

Es pensar que eras un puto genio y ahora no eres mínimamente creativo.
No a un nivel aceptable.
No como te gustaría.
Y te revuelcas en el fango, te revuelves en tu propia mierda y retozas en tu cochiquera, feliz como un marrano, disfrutando del hedor que desprendes y creyendo que un día volverás a ser el tipo creativo, ingenioso y chispeante que todos te decían que eras.
Pero tanta peste, aunque sea propia, acaba cansando.
Te levantas sin la menor de las compasiones por tu vida de gorrino y te lanzas en busca de eso que crees que es la creatividad que has perdido.
Como vives al lado del Museo del Prado, decides que no hay mejor sitio para recuperarla que plantarte allí enfrente de alguna obra maestra que ya habrá acudido a tu rescate más de una vez.
Paseas como un alma en pena, mirándote los pies, sin levantar la cabeza, entre los pasillos vacíos de gente. 
¿Por qué no hay gente visitando El Prado hoy? 
¿Todo el mundo tiene creatividad menos tú? 
¿Son todos unos mentirosos? 
¿Eres tú una mentira danzante y maloliente?
Mejor así, te dices. 
Puedes elegir postrarte ante el cuadro que más te guste. No tendrás que aguantar una nube de japoneses tras la cual ponerte de puntillas para ver algo. No tendrás que aguantar miradas inquisitorias cuando mires demasiado cerca un cuadro o cuando pases más tiempo de la cuenta delante. No tendrás que aguantar explicaciones en italiano sobre lo que quiso plasmar Goya en aquella pincelada en voz de un aspirante a artista convertido en guía bien parecido, a un grupo de bien parecidos memos que asienten moviendo la cabeza a cualquier cosa que les diga. 
Mejor así, te dices.
Pasas delante de todos los cuadros sin mirar. Son mentira. Todos te parecen falsos. Y de repente, levantas la mirada y te encuentras con él. 
Como siempre. 
Vigilándote desde que eras pequeño, posado en tus sueños, recordándote que tu creatividad se está yendo a pique desde que te conoces, o crees conocerte. Cosa que no deja de ser otra mentira más.
El Gran Masturbador.


El Gran Masturbador que pintó Dalí en 1929, cuando no eras ni siquiera un proyecto. 
Cuando ni siquiera te preocupaba perder la creatividad.
El Gran Masturbador para el gran masturbador de la creatividad perdida. 
Solos los dos. 
Como si fuera poca cosa.
Y, como en toda buena historia que se precie, de aquellas que imaginabas cuando no habías perdido la creatividad, de la nada, aparece ella… 

Y la miras con desdén y superioridad. 
A fin de cuentas, ella no sabe que tú has perdido la creatividad. 
A fin de cuentas, ella está allí porque tú lo quieres o porque ha perdido la creatividad también.
A fin de cuentas, no te interesa lo más mínimo porqué está allí. 
A fin de cuentas, no es más que otra mentira.
Ella mira en tu interior como si te conociera desde mucho tiempo atrás. 
Ella busca en ti una creatividad que no parece ser consciente que has perdido. 
Ella cree que sigues siendo un genio creativo. 
Ella te dice la verdad que todos los que mienten te dicen.
Y la deseas. 

Y ves cómo sus labios miran más que sus ojos. 
Y como sus ojos comen más que su boca. 
Y como su boca, delante de El Gran Masturbador (El cuadro de Dalí) te dice que lo que más le apetece en ese preciso momento es besarte. 
Y como crees que la verdad está sobrevalorada, le respondes pues eso sólo hay que pedirlo y la besas.

Y sientes falsamente que has recuperado la creatividad y que has encontrado la sinceridad. 
Y no piensas que ni estás siendo creativo, ni ella te mira de verdad.
Pero te llenas de ella. 
Y ella te llena de ti. 
Y os revolcáis contra El Gran Masturbador como si no hubiera nada más en que pensar. 

Una vez alguien dijo que había que estar cien por cien en cualquier momento como ése, y estar pensando en que te estás revolcando con aquella preciosidad sobre El Gran Masturbador, ya no es estar al cien por cien allí.
Y sientes tu espalda desgarrarse. 
Y sientes como te araña la rugosidad de la pintura. 
Y sientes como te araña y te desgarra aquella pequeña salvaje que un rato antes decía que lo que más le apetecía en el mundo era besarte.
Y piensas en los gemidos y los gritos. 
Y asumes que eres un privilegiado. 
Y entiendes que nadie sabe cómo suenan los gemidos y los gritos de la pasión en el silencio de un Museo del Prado vacío. En la inmensidad de una pinacoteca huérfana de gente y preñada de creatividad. En la enormidad de un museo donde sólo ella te dice la verdad.

Y así, desnudos, sudorosos, arañados, satisfechos, plenos… La miras a los ojos y ves una sonrisa sincera en ella. Buscas en su boca y sientes una mirada verdadera. Y sientes que no está mal que tu creatividad esté sobrevalorada, al igual que la verdad.
Y recuerdas que en El Prado no está El Gran Masturbador.
Y recuerdas que El Prado nunca está vacío.
Y recuerdas que nadie habla delante de un cuadro con interés sexual sin que salga mal.
Y recuerdas que El Gran Masturbador no es tan grande como para que los dos podáis revolcaros contra él, por mucho que os abracéis u os hagáis uno.
Y recuerdas que El Gran Masturbador no tiene textura que pueda desgarrarte ni arañarte la espalda.
Y recuerdas que el Reina Sofía dice que El Gran Masturbador está en su interior.
Y asumes que nunca has sido un tío con mucha creatividad.
Y asumes que todo esto no es más que una mentira, porque la verdad está sobrevalorada.

Pero recuerdas que ella te dijo que lo que más le apetecía en aquel momento era que os besarais. 
Y os besáis.

Y rebuscas en tu vida y descubres que El Gran Masturbador siempre estuvo allí. 
Y encuentras la creatividad en ella. 
Y ves la verdad en su boca y en sus ojos.
Y te masturbas pensando que eres muy grande, digan lo que digan… 

Y sabes que eso es lo más creativo y más verdad que te vas a encontrar nunca.


domingo, 12 de junio de 2011

Microrrelatos sin pudor (Volumen 17): Empeines grandes y Domingos para ir a misa.

Los zapatos le apretaban un poco. Tenía demasiado empeine.

- ¿Qué día es hoy?
- Domingo
- No, el número
- 12
 
Faltaban bastantes días para cobrar y poder comprar unos zapatos más cómodos. Es duro tener tanto empeine. Recordó con pesar, que era Domingo y no había ido a misa. Lo que es duro, realmente, es vivir al día con un sueldo mísero y tener el empeine grande, vayas o no vayas a misa.
 
- ¿Qué hora tienes?
 
Le quedaba poco tiempo para ir a misa. No podía andar rápido porque los zapatos le apretaban un poco. Es difícil calzarse bien con un empeine tan grande.
 
 
 
- Si me doy prisa, llegaré. Tengo que llegar.
 
En la puerta de la Parroquia se encontró con una cara familiar. El mendigo de turno (Porque todas las parroquias tienen un mendigo de turno u oficial) resultó ser un antiguo compañero de clase. Hizo como si no lo hubiera visto o reconocido y entró apresurado al templo. La misa acaba de empezar.
 
El calor había llegado a la ciudad. Su empeine seguía siendo igual de grande que siempre. Las parroquias seguían teniendo un mendigo de turno u oficial en sus puertas. Aquel Domingo había conseguido llegar a tiempo a misa. 
 
Afortunadamente, los zapatos seguían apretándole un poco.

Desafortunadamente, mirar para otro lado siempre fue su actitud vital preferida...

martes, 7 de junio de 2011

El Baúl de las Miserias Perdidas (Capítulo 5): Noches de sabor a fresa

Rescato del baúl de mis miserias más escondidas otro texto presentado a un Concurso de Relatos Eróticos, donde había que hacer presente el uso del preservativo. Huelga decir que, evidentemente, tampoco ganó nada, como puede deducirse tras una somera lectura. Vuelvo a aprovechar el preservativo protagonista (aunque no sea recomendable reciclar) para prevenir profilácticamente del cariz guarrete del texto y su inconveniencia para menores y personas bienpensantes...



NOCHES DE SABOR A FRESA


¡Cómo me asustaba aquello! Nunca pensé que pudiera tener algo como eso entre las piernas. Era de esperar. Para un chico tan grande y tan bien puesto lo anormal sería tenerla del tamaño de un cacahuete. Usualmente el ser humano es un ser proporcionado, pero, ¡Joder!, aquello era demasiado.

Era bonita, ¡Dios, era preciosa! No podía menos que acojonarme pensando dónde iba a meterme todo eso. Otras veces me hubiera lanzado con la boca abierta como una loca y lo hubiera llevado al séptimo cielo, pero esto era demasiado.

Tardé quince segundos, que se hicieron eternos, en recuperar la consciencia y echar mano a mi bolso en busca de la goma de fresa. Chocolate, limón, whisky, menta… Una vez decidida a usarlo, el sabor era lo de menos.

Él no se inmutaba y yo me imaginaba con cara de gilipollas cayéndoseme la baba.

Tengo que aprender a dejar un poco que me lleven a mí y no dejarme llevar por mi hiperactividad. Habitualmente soy más rápida actuando que sintiendo. Será por eso que gusto tanto a los tíos. En momentos como este son en los que echo de menos no tener un termostato sensitivo menos moderno. En lugar de microondas, me gustaría ser de vez en cuando horno de leña, aunque el microondas sea más práctico y rápido, el horno de leña acaba dejando la comida más sabrosa.

Me lanzo a su entrepierna con mi gomita en la mano. Mira con cara de extrañeza mi mano derecha. Sí, quizás le sorprende lo “especial” de mi gomita, pero yo no la veo tan rara, hoy en día están un poco desfasadas ya las caperucitas de sabores y colores.
Parece que reacciona y se percata de qué es aunque sigue resultándole extraña.

-    ¿Qué es?, susurra en mi teta derecha mientras acerca su mano al látex.
-    Un condón, un preservativo, una gomita, un anti-baby, un previenemalosrollos… Como lo quieras llamar.

Me mira con cara de decirme ya lo sé tontina y le dice a mi teta izquierda:

-    Ya lo sé tontina… Pero… -Se incorpora de mis pechos, me mira desde las alturas (no más arriba de la altura de mis ojos, pero hacía tiempo que no cruzaba mi visión con esos grandes y preciosos círculos negros) y mira mi mano- Pero, qué raro es, ¿no?...
-    Sabor a fresa…-Muy aplicada yo- Pero si no te gusta tengo de limón, menta o chocolate, creo… ¡Joder!, parezco un catálogo erótico.

No me gusta su cara en este momento. Distráete: mira a su amigüita…

-    Pareces una profesional

Lo sabía. Si se le veía un poco cateto… ¡Dios! A mí que me parecen ya desfasados los de sabores y él me ve como una señorita de Avignon decimonónica y bebedora de absenta… En momentos como éste sólo hay un par de caminos que tomar: O lo mando a freír gárgaras y me voy a casa caliente como nunca, o ignoro todo como si no hubieran existido estos últimos segundos y me lanzo al ataque… como nunca.

Como suele ser habitual, el efecto microondas vence al estúpido orgullo de “soy una niña bien, no me vayas a tomar por lo que no soy porque te suelto una bofetada” y abro con cuidado el condón, lo saco de su envoltorio y me lanzo a colocárselo en la punta (¡Joder!, ahora parezco una sexóloga) cuando me agarra las manos. Vuelvo a alejar la maravillosa visión de mi mirada y la dirijo a la que hasta hace unos instantes era igual o más maravillosa visión de sus ojos.

-    Deja, te ayudo…

¡Qué sonrisa! No recordaba ya entre tanta microonda y tanta brasa ardiendo lo que me había llevado hasta allí…

-    Deja, me gusta hacerlo a mí sola… Si quieres…

Sonríe y echa su cabeza hacia atrás… Su torso cae en el sofá y nos encontramos con una bonita caperucita roja vestida de largo en cuestión de segundos. Me relajo un poco, abro la boca y allá voy: Muerdo y muerdo todo lo que encuentro cerca de mis labios.

Fascinante. Es fascinante la entrepierna de un hombre. Y no me refiero a lo que todo el mundo entiende por entrepierna cuando usa esa palabra eufemísticamente para no mentar otra políticamente más incorrecta.

Esa parte interior de las piernas que va desde las rodillas a la ingle, incluyendo esta, esa parte interna de los muslos, más y más adentro del chico, allí donde desaparece misteriosamente el vello y la piel tiene un tacto y una sensibilidad especial.

Pero claro, no puedo olvidarme de ese centro del cuerpo, ese agujero en el que te introduces por medio de tu lengua, ese ombligo… Mis amigas no me entienden, pero detesto los vientres masculinos excesivamente planos y musculados donde un ombligo pasa por ser algo así como un estorbo imperfecto… No, no me van… Adoro el vientre mullidito, sin pasarse, con un ombligo con recorrido interior.

Pero tampoco me engaño: Estoy educada de una manera típica y tópica dentro de esta sociedad falocrática y es difícil encontrar un partenaire que soporte todo este festín sin que pase de vez en cuando por el que rige sus destinos. Además, con él era poco menos que una difícil tarea por aquello de su tamaño, aunque no parecía muy ansioso porque se la devorara.
A pesar de ello, me resultó imposible e imperdonable no repostar periódicamente, durante mi viaje de placer, en su surtidor rojo.

Pasamos así bastante tiempo. No puedo decir que fuera una felación al uso, es más, creo que llegué a olvidar que sabía a fresa.

A horcajadas le poseí. Él no decía nada. Me manoseaba torpemente los pechos y me pellizcaba las nalgas con la mano abierta. Le clavaba mis uñas en su pecho alternativamente bien cuando sentía corrientes eléctricas dentro que me abrumaban y me nublaban los sentidos, bien cuando me molestaban sus tactos torpes.

Terminó.

Por más que quise dominarlo y adecuarlo a mis necesidades, terminó. Resignada me apeé de mi montura y vi como al caballo se le quedaba una sonrisa de dibujo animado japonés que para más inri coronaba con dos “amorosos” platos de porcelana por ojos.

No me gusta mirarles a la cara cuando no he quedado del todo satisfecha. Tengo una terrible tendencia a multiplicar el ligero desprecio que puedo sentir rápidamente y no es justo que pueda llegar a tomar forma y hacerse demasiado grande, por una cosa tan común como la rapidez o la falta de sincronía.

Seguí jugando con caperucita.

-    ¿Te ha gustado?  Me decía con un beso en el hombro.
-    Sí. Mentía mirándole el “tubo de escape”.
-    ¿Quieres más?

No sé si tomármelo como una fanfarronada o como una deferencia, quizás no deba tomármelo ni de una ni de otra.

-    Tú mismo, aquí me tienes

Y me separo de su pecho recostándome sobre la espalda esperando una más que improbable embestida mezcla de ternura y brutalidad que enerve mis sentidos.

Esbozando una petulante sonrisa cayó –porque no hay otra manera de definirlo- encima mía y con una terrible habilidad separó mis piernas colocando las suyas por allí. ¿No sería capaz? ¿No sería capaz, literalmente hablando?

Pues parece que sí…

-    ¿Dónde vas? Le pellizqué la espalda
-    Quiero volver a sentirme dentro de ti. -No, si encima me va a salir cursi- Me he quedado con ganas de más, te lo decía en serio… ¿Tú no?

Pues claro que sí… pero a este cualquiera se lo dice. Se va a poner de un ancho que no va a salir por la puerta. Como siempre que me encuentro sin recursos y mi boca no puede decir ni hacer nada más productivo por la situación, le besé… Nos besamos. Y claro que tenía ganas ¡Dios, qué ganas tengo!

Enfoco mi pelvis hacia su entrepierna cuando se produce el fogonazo… Parecía como si un paparazzi acabara de entrar en la habitación y nos hubiera tirado una foto. Pero, no. No, eso no podía ser. Ninguno de los dos éramos tan importantes. Yo desde luego no lo era. El paparazzi no existía, pero el flash sí.

Volvía a bajar de la nube. ¿Qué es eso? Esos roces flácidos, plásticos y húmedos en mi ya de por sí flácida, no plástica pero sí húmeda (con grave amenaza de sequía instantánea) entrepierna. Seguía con la goma puesta pero su erección había desaparecido. Estaba en uno de esos momentos delicados que nunca han sido mi especialidad.

No soy precisamente una persona reflexiva ni tengo mucha capacidad de empatía con lo que nunca he llevado bien este tipo de etapas en las que la delicadeza debe ser el disfraz que camufle lo que realmente pienso o todas mis intenciones.

Le agarré la flácida y repulsiva caperucita roja (cada vez menos “ita”) que amenazaba por meter su cabeza en la boca de mi león.

-    ¿Dónde vas con eso? ¿Le has cogido cariño y no te vas a quitar el condón? Y eso que antes no te hacía mucha gracia….
-    Si claro, como quieras…

El brillo de sus ojos y su instantánea y acelerada disposición a cumplir mis deseos me mosqueaban. Se quitó velozmente el preservativo convertido ahora en una especie de chicle de fresa y nata remarcado y lo lanzó lejos, en el mismo movimiento con el que se lanzó sobre mí.

Sin saber cómo, al instante lo tenía poniendo el muñequito flácido a la altura de mi barbilla. Tal vez era la posición, que si hubiera estado con él medianamente erecto, su cabeza estaría entre mis cejas, pero no, no era así: Enfrente tenía un dátil, tamaño King Size, eso sí, arrugado y con muy mal aspecto.

“No me voy a comer eso”, masculle para mis adentros, pero parece que lo mascullé demasiado alto e ininteligible porque él entendió algo así como te la voy a devorar de un mordisco y con una prontitud pasmosa, impasible el ademán, redujo los escasos milímetros que separaban mi boca de su entrepierna.

-    No te la voy a comer -dije ahora alto y claro
-    ¿Cómo? No te entiendo
-    No comer, no eat, ne manger pas…¡NO!  ¿Cómo te lo tengo que decir? No pienso meterme en mi boca esa cosa sucia y maloliente…
-    ¿Porqué? ¿Sólo sabes comer con gomitas de sabores?...
Esto se estaba poniendo cada vez peor. Es más, creo que ya no tenía arreglo. El horno se había apagado definitivamente.

-    También se comer con cuchillo y tenedor, pero no creo que te haga mucha gracia
-    No te hagas la graciosilla… ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué te haga yo antes un trabajillo? ¿Qué me ponga un condón de tutti-frutti? ¿Qué te la meta directamente?...

Su dátil era ya casi una pasa… ¡Cómo puede llegar a variar el mercado de valores! Mi horno ya era un congelador. Llegados a este momento no quedaba más que desenchufar. Me incorporé bruscamente, cogí de un bolso las cuatro o cinco gomas que tenía, las tiré a la cama y me empecé a vestir…

-    Tutti- Frutti no, pero creo que quedan de menta, chocolate, whisky y alguno más… Tú mismo… Disfrútalos, si te llegas… Si no, siempre los puedes mascar

Me vestí con una rapidez propia del superman de la cabina telefónica y me despedí con un beso en la mejilla.

-    Buenas noches

Por un momento estuve tentada de decir lo siento, pero afortunadamente no lo hice, no había por qué.

Él me contestó con un  "Buenas noches… Lo siento…"

No le di tiempo a que pudiera reaccionar más… No me convenía. Hubiera sido peligroso. Me podía haber suavizado y ahora mismo todavía estaríamos metidos en la cama, pero ya estaba en el portal. ¿Y por qué coño le he tirado los condones? ¿No me podría haber cabreado sin más y haber salido por la puerta…? Como si regalaran las gomas de sabores… Visto así, casi las podría haber utilizado… Pero ya era tarde. Mejor dicho, ya era temprano.

Un señor en chándal con periódicos bajo un brazo y una cadena terminada en perro en la otra mano, entró por la puerta del portal:

-    Buenos días
-    Buenos días, respondí sin mucho entusiasmo -Realmente no lo son.

Salí a la calle y realmente no lo era. Me estoy acostumbrando demasiado a terminar mal todas mis historias. Y ésta, no iba a ser una excepción.

¡BUENOS DÍAS!



viernes, 3 de junio de 2011

Hubo un tiempo en el que los trenes tenían vagones de fumadores



-    ¿A dónde va usted?
 
Y a usted qué coño le importa. Yo no tengo culpa de que piense que el viaje se le va a hacer muy aburrido y no tenga más que alternativa que intentar entablar conversación conmigo.

-    A Barcelona – dije haciendo ademán de levantarme- ¿Me deja salir un momento?
-  Pues yo me quedo en Madrid – escuché a mis espaldas mientras huía despavorida presurosamente por el estrecho pasillo del vagón – Así es que a partir de Madrid lo mismo va usted sola el resto del viaje.

Las últimas palabras sólo las intuí porque ya había alcanzado la puerta del vagón. Encaminé mis pasos al vagón cafetería sin muchas ganas de nada. No tenía apetencia ni de café, ni de ningún refresco, a fin de cuentas, acababa de salir. Llevaba quince minutos montada en el tren y ya me había encontrando molesta con mi compañero de asiento.

Son los terribles inconvenientes de viajar sola. No puedes esperar que se siente tu príncipe azul al lado. Además, si se sentara, probablemente no lo reconocería. Y aunque lo reconociera llevaría puesto los auriculares con música, o estaría leyendo, o viendo la película de turno… Sí, probablemente estaría leyendo. Un libro interesante. Una lectura digna de un príncipe azul. De mi príncipe azul.


 
 
Aunque sería una lectura extraña. Nadie se monta en un tren y se dispone a leer el libro de su vida. No leería ninguna lectura de viajes. Eso deprime terriblemente. No hay nada peor que leer una narración sobre un viaje que seguramente sea más interesante que el que tú estás realizando. Precisamente por eso está publicado y es un libro interesante como para despertar el interés de mi príncipe azul. Nadie publicará jamás sus sensaciones en su viaje en tren Badajoz – Montijo. No porque no pueda pasar nada interesante en esa media hora, sino porque nadie se para a escribir algo así.

Quizás debiera hacerlo yo. Ya me veo sentada enfrente de algún editor:

-    Señorita, siento decirle que no tiene demasiado interés su relato “Badajoz-Montijo: Un viaje sin retorno". Quizás debería usted plantearse ampliar el viaje. Una experiencia en el Transiberiano puede interesar. Plantéese matar a alguien en el Orient-Express, pero por favor, no nos haga perder el tiempo entre Badajoz y Montijo. Sinceramente, no pierda el tiempo, no creo que interese a nadie.
-    Y sí… -No, no creo que pudiera contestarle nada interesante a mi favor- Gracias de todos modos por su interés y por su tiempo...
-    Es un placer señorita. Y ya sabe, si decide hacer un viaje más largo y le ocurre algo interesante en el viaje no dude en mandarnos el manuscrito. Quizás pueda interesarnos. No escribe mal del todo.

No escribe mal del todo. Claro, si escribiera mal del todo no escribiría. Escribir es juntar letras en conjuntos a los que se les denomina palabras. Estas, a su vez, se agrupan en frases que juntas conforman párrafos, y con varios párrafos conformas un relato. O se hace o no se hace, pero no se puede hacer bien un poco, o casi mal. O se hace o no se hace, pero no se escribe mal del todo.

¿Acaso se mata a alguien un poco?: "Señor Juez, alego en mi defensa que de las 27 personas que maté en la tarde del día de autos, a catorce de ellas no las maté con odio del todo, por lo que creo que debe de eximirme de una condena tan grande como pide el ministerio fiscal".

¿Qué leería mi príncipe azul? ¿El Quijote, Hamlet? No, mi príncipe azul estaría alejado de los clásicos porque ya los habrá leído hace tiempo. ¿El último Premio Planeta? ¡Por favor!, qué vulgar snobismo…

Probablemente leería en algún idioma extranjero porque su formación intelectual no tendría límites. Haría anotaciones en el libro puesto que, aunque mi profesor de literatura del instituto afirmara que escribir o hacer marcas en un libro es casi pecado, le sacaría todo el jugo necesario y gustaría de releer con fruición.

Si releyera puede que se hubiera decantado por “El libro del Desasosiego” de Pessoa, o el “Ulises” de Joyce… Con lo cual estaría totalmente absorto con la lectura y de nada serviría que lo reconociera como mi príncipe azul porque no tendría ni un segundo de distracción para fijarse en mí.

Sí, esa es la clave: La próxima vez que vea entrar en el tren a alguien con el Ulises o el Libro del Desasosiego iré a por él antes de que abra el libro. Será mi única oportunidad de atrapar a mi príncipe azul. Mi próxima tarea intelectual debe ser leerlos concienzudamente, incluso cualquier estudio o análisis sobre ellos, para estar convenientemente formada en su conocimiento y poder impresionar a mi príncipe azul con mi sapiencia sobre alguna de sus obras referencia.

Ahora voy a darme la vuelta con mucha dignidad y cuidado. Llevo tres vagones, absorta en mis pensamientos, caminando en dirección contraria a la cafetería. Empiezo a desandar lo andado que viene a ser algo así como cuando se expresa que alguien no escribe mal del todo.

Llego a mi vagón de origen y no puedo reprimir una mirada a mis maletas, a mi asiento… Desde el pasillo del vagón, sin pararme. Pero claro, mi mirada pasa accidentalmente por encima de mi acompañante, que aunque tenga previsto bajarse en Madrid, me sonríe mientras probablemente piense para sus adentros que o bien soy un poco rara y me gusta pasear por el tren de un sitio a otro, o bien, tengo varices y no puedo pasarme mucho tiempo sentada sin cambiar las piernas de posición. Las varices las tendrá usted, que está en la edad. Ya quisiera tener mis preciosas y sanas piernas… Aunque a lo mejor es eso lo que quiere realmente y le importe un bledo hacia donde vaya con tal de tener tan bellas piernas cerca…


 
El vagón restaurante es un buen refugio. Para casi todo. Todavía, incluso, se puede fumar. No soy fumadora, pero eso de tener un sitio determinado en el que se permitan ciertas cosas no está nada mal. Más aún, no está nada mal que haya un sitio para hacer cosas que están prohibidas en el resto del tren.

Podrían permitir en el vagón restaurante que se besaran las parejas durante todo el viaje. Más que permitirlo aquí, deberían prohibirlo en el resto de los vagones. El humo me molesta y es malo para mi salud, pero me molesta infinitamente más tener cerca una pareja de enamorados que se pasan el viaje entre besitos, arrumacos, ahora apoya tu cabeza en mi hombro, ahora te hago cosquillas en la barriga, ahora te acaricio el pelo mientras duermes… Y sólo se separan para levantarse a mear… Incluso imaginan a fotógrafos virtuales que les fotografían desde fuera del tren mientras ellos con cara de postal de París, abrazados, miran el paisaje con la vista perdida en el horizonte. Dañan mi salud tanto como el humo de los cigarros ajenos. Mi autoestima se cae por los suelos y descubro que aunque piensen que son preciosos sus besos y que su vida es un cuento de hadas, todos los cuentos de hadas tienen final, y ese final no siempre es comer perdices y ser felices…. Y entonces les molestará tanto como a mí.

Deberían prohibir y tener espacios determinados para el uso de los móviles. No para que no se pueda hablar con quien se quiera, sino para que no aparezca, indispensable en cada vagón, el necio e insoportable personaje que se pasa medio viaje comprobando que todas las melodías, tonos y politonos están correctamente dentro de su teléfono y suenan sin ningún problema. Una vez llegué incluso a ver a dos amigotes enseñándose el uno al otro las diferentes melodías y prestaciones de sus respectivos aparatos de telefonía portátil. A día de hoy siguen apareciendo en mis sueños enseñándome sus nuevos y chirriantes politonos. Será una frustración personal, pero hasta que no vea en un anuncio de televisión la manera de poder tener como melodía de mi teléfono las bellas notas de “Mis manos en tu cintura” de Adamo, no cambiaré mi chirriante bip-bip que venía por defecto en mi teléfono.

Hubo un tiempo en el que los trenes llevaban un vagón de fumadores (Y en la cafetería también se podía fumar).

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