miércoles, 6 de octubre de 2010

Mensaje en una botella


“Pensé: Ha llegado el momento de tirarles una botella a la cabeza. Cogí la botella y…, me serví una copa”
(Dostoievsky)

Me gusta escribir cartas. No las mando, pero las escribo. Empecé guardándolas en el cajón de la mesilla pero, a día de hoy y debido a su crecimiento en número, ahora tienen un trastero propio en la casa.
Mi casa es pequeña, pero viva donde viva, mis cartas tienen que estar conmigo. Destruirlas sería como perder el contacto con la gente a las que van destinadas. Tirar una carta de amor es como dejar de querer.
Me gusta escribir cartas y me gusta beber. Tanto bebo que ya no me caben las botellas vacías en casa. Mi mujer quiere que las guarde en el trastero de las cartas, pero me estoy quedando sin espacio.
Mi casa es pequeña, pero viva donde viva, no voy a dejar de beber. Tampoco de escribir cartas. Mi mujer amenaza con abandonarme si no hay espacio para las tres. Debo elegir entre escribir, la bebida o mi mujer. Necesito las tres, y no sé en qué orden.
A mi mujer la conquisté por carta. Fue la única carta que envié. Estaba borracho, por eso la eché al buzón. Desde entonces, no mando cartas y mi mujer se preocupa de que no beba demasiado hasta el punto de hacer cosas como aquella.
Si dejo de escribir cartas, la cabeza me explotará, y si empiezo a enviarlas para no perder espacio, reventaré porque me daré de bruces con una realidad que detesto. Para evitarlo debería beber más, pero acumularía más botellas y tendría el mismo problema. Si todos los amigos y parientes a los que destino mis cartas las recibieran, sería consciente de que no tengo amigos ni parientes. Si me deja mi mujer no tendrá sentido acumular las cartas en el trastero porque empezaré a vivir en el más absoluto caos y la bebida dejará de parecerme la mejor de las drogas.
A veces siento que nada tiene sentido. Pero no puedo dejar de escribir cartas, no puedo dejar de beber, no puedo dejar de querer a mi mujer. No puedo seguir viviendo sin espacio para mis pensamientos.

He decidido mudarme a un palacio. Creo que a mi mujer no le va a hacer gracia, pero al fin tendré sitio de sobra para mis cartas. Podré guardar las botellas vacías sin medir los espacios. Podré querer a más gente que a mi mujer. Tendré balcón y saldré a saludar. Y podré lanzar cartas y botellas a modo de mensaje para que caiga sobre la multitud que venga a vernos saludar los días señalados. 



Y además, tendré un cuarto de juego para que Carlotita no se aburra. Y cuando sea mayor, la dejaré que beba, escriba cartas y me considere su mujer.

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