jueves, 6 de mayo de 2010

Obsesiones y Parafilias (Volumen 4): Mudanzas, fotos compartidas y recuerdos.


Volví a encontrarme con la foto. Ni me acordaba de ella. Algo bueno han de tener las mudanzas. Entre miles de cosas inservibles apareció, en un álbum lleno de fotos de aquellas noches, de aquellos días. Pero sobre todo de aquellas noches. Sobre todo de ti y de mí. Sobre todo de ti.
No me acordaba de ella. Creo que tú no llegaste a verla nunca. Hoy en día esto tiene menos gracia debido a la maldita pantallita de las cámaras digitales que todos tenemos. Pero en aquellas noches, en aquellos días, las cámaras eran otra cosa. Tú y yo éramos otra cosa. Sobre todo yo.

Tu graciosa manía de coger las cámaras y hacerte las fotos a ti misma. Extender el brazo y hacerte la foto, sola o acompañada, pero tú misma. Ahora se pueden borrar al momento. En aquellos tiempos, quedaban para siempre. Tu maldita manía de coger las cámaras y hacerte las fotos a ti misma. A mí ahora me parece tierna, graciosa… En aquellos tiempos me sacaba de quicio. ¿Cuántas fotos tendrás que te hayas hecho tú misma? Seguramente ni tú las podrías contar. Sobre todo porque casi siempre eran con cámaras ajenas, cámaras de gente que a veces casi ni conocías. Tu puñetera manía de coger las cámaras y hacerte las fotos a ti misma.
Amigos y no tan amigos que eran conscientes de tus costumbres cuando volvían a casa felices con su puñado de fotografías recién reveladas. Cuánta desagradable sorpresa. Pero seguro que también habrás dado más de una alegría. Eras muy guapa. Sigues siendo muy guapa. Y a las guapas se le disculpan las travesuras un poco más que a los demás.
Pero esta foto la tengo yo. Y seguramente no la conozcas. Y casi nadie sabe que la hiciste tú. Ni siquiera saben que sales tú. Yo salgo y se me reconoce. Si alguien la ve, puede que sepa que detrás estás tú, pero no tendría una total seguridad. Al fin y al cabo, yo te tapo. Y debo de tapar bastante, porque no se te ve casi. ¿Recuerdas cuando me decías que me quitara del medio porque te tapaba el sol? ¿Recuerdas esos días? ¿Recuerdas aquellas noches?

Fu una de las noches de las que guardo mejor recuerdo. Aunque hasta ver la foto no me hubiera vuelto a acordar de ella. Ray Loriga escribió en “Tokio ya no nos quiere” que "la memoria es el perro más estúpido, le lanzas un palo y te trae cualquier cosa". Yo he empezado una mudanza y ha aparecido la foto. Yo lancé mi nuca al primer plano de la instantánea y me ha devuelto tu preciosa cara. Oculta tras mi cabeza, pero mi memoria es el perro más listo. Me ha vuelto a llevar a aquel bar, a aquella oscuridad, a aquella conversación, a aquella interrupción.

¿Te acuerdas?
Yo sí. Yo estaba allí. De espaldas. Intentaba contarte algo interesante. Intentaba que captaras mi atención. Aunque tú sólo tenías interés en hacerte fotos. Incluso en hacernos fotos. Tuyas y mías, juntos.

No salgo bien en las fotos. No salgo bien en las fotos cuando voy de fiesta por la noche. Y a ti te encantaba sacar fotos cuando estabas de marcha. Mi cara solía estar pálida. El flash me ponía los ojos rojos. El reflejo del alcohol en mi cuerpo me quitaba los colores del rostro. A ti no, nunca. Tú siempre salías bien en las fotos. Quizás porque te enfocabas a ti misma. Tus ojos llenaban cualquier instantánea por básica que fuera. Tus ojos nunca salían rojos. Tus ojos eran de un color que el rojo no se atrevía a cubrirlos.

Aquella noche sería diferente, ahora lo recuerdo. Nunca nos habíamos besado, aunque llevara toda una vida esperando hacerlo y tú no lo supieras. Aunque lo supieras de sobra. Aunque ése fuera el motivo de no besarnos. Te acercabas, me rozabas, juntabas tu cara a la mía… Pero no nos besábamos, sólo nos hacías fotos. Incluso nos hacías fotos besándote en la mejilla. Incluso nos hacías fotos besándome en la mejilla. Multitud de veces fantaseé con la idea que girar la cara cuando querías fotografiarnos besándome la mejilla. Un encuentro inesperado, al menos para ti, en la antesala de la foto. Un encuentro deseado, al menos para mí, que estaba hasta las narices de tanta foto. Aunque fuera la manera en la que te podía tener más cerca. En la que podía sentir tu piel. En la que te oía respirar. En la que te olía. En la que te rozaba. En la que te sentía. En la que era el centro del universo. Sólo por estar a tu lado. Sólo porque quisieras hacerme fotos contigo.
Aquella noche quisiste hacer una foto como tantas otras veces. Pero la cámara era mía. Ésa fue la señal. No quería tener más fotos iguales a las que tenía el resto del mundo. Era mi cámara e iba a ser mi foto. La foto.
Gírate, me dijiste. Me agarraste del hombro mientras tu otra mano se extendía hacia detrás de mí para hacer la foto en cuanto estuviera al lado tuyo, y no frente a ti. Tus brazos estaban cada uno a cada lado de mi cuerpo y era lo más cerca que nunca estuve de un abrazo hasta ese momento, más allá del ligero brazo por tu cintura o por tus hombros cuando mandabas para hacer las fotos.
Tu brazo se cansaba. Pesaba mi cámara. Tu otro brazo también se cansaba, pero hacía cada vez más fuerza para que me girara a tu lado y dejara tu cara frente a la cámara, sin que mi cabeza y mi espalda la pudiera tapar. Para mí duró una eternidad. Para ti, seguramente, no sería más que un pequeño instante previo a tantas y tantas fotos.

Me giré cuando tratabas de disparar mi revolver en forma de cámara fotográfica. Tenías mucha experiencia haciéndolo. Yo era un inútil. Pero no esperabas que pudiera darme la vuelta justo en ese momento. Disparabas a mi corazón, como tantas otras veces, y te ofrecí mi nunca. ¡Qué bella forma de morir!, pensé en aquel momento. Tras mi cabeza unos labios buscaron tus labios. Tus labios no rehuyeron los míos.

Nos besamos, pero nadie lo supo. Nos besamos, pero en la foto sólo sale mi nuca. No me acordaba de aquella foto. Hoy he vuelto a verla. El álbum lleno de fotos de aquellos días, de aquellas noches, no tiene sitio en las cajas de la mudanza, pero la memoria es el perro más estúpido...


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